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Vértigo desde la treintena

15 de Febrero del 2010 - Diego Cózar Rodíguez (Cangas del Narcea)

Una pelota de goma. Una pelota de goma roja. Una gran pelota de goma roja. Una gran pelota de goma roja que brinca, bota y rebota. El niño la persigue, todo lo que quiere es alcanzarla, todo lo que importa es hacerse con ella, la felicidad del instante del éxito, el triunfo. Un bote, otro bote. Cada vez esta más cerca, parece apunto de alcanzarla, completamente ajeno a que en su persecución se ha metido en medio de la carretera, indiferente a los coches que se dirigen hacia él.

El padre del joven observa la escena en la distancia, un terror frío se apodera de todo su ser, tarde para evitarlo, tarde para reaccionar, tarde para responder, muy tarde. Su estómago se contrae, el pulso se le acelera, esta mareado, todo lo que oye es un latido en sus sienes mientras contempla la escena impotente, horrorizado.

He aquí una escena de película, o tal vez un anuncio de una campaña de tráfico, no obstante y en otras situaciones todos nosotros hemos experimentado una sensación similar. Al ver a alguien precipitarse en sus decisiones, cuando se ignora toda cautela, ante los errores de padres, de hermanos y de amigos. Todos hemos pensado que estaban cometiendo un error, y nos hemos sentido demasiado lejos para poder ayudarlos. Y he que aquí, un buen amigo mío se ha dispuesto demostrar que es el más capacitado para saltar la valla, a fin de emprender la más loca persecución en pos de la que puede convertirse en la mayor de las cagadas.

Y no es la primera vez que la gente de la quinta de los primeros ochentas me sorprende en este sentido este año. Ni el anterior, y seguramente tampoco el que viene. Los pobres andan un poco perdidos, y es que al acercarse a la treintena parecen pensar que nada es lo que debería, sí, ya son adultos, pero no son ni estrellas del rock, ni grandes jugadores de fútbol, no diseñan ropa para las grandes firmas, ni escriben guías de viajes de aventura.

Y es aquí, entre el sonido de sus propios pensamientos, cuando parecen sufrir algún tipo de cortocircuito. Y no quiero generalizar, porque entre otras cosas conozco casos de lo más variado. Los hay que se van de viaje, a visitar algún país exótico o en su defecto algún Resort caribeño. También están aquellos que lejos de querer cambiar deciden reafirmarse, con una boda, con un niño o con una hipoteca, en cualquier caso con algo para toda la vida. A otros más transgresores o más perdidos les da por hacerse un tatuaje o comprarse una moto, al poco tiempo la moto aparecerá en eBay, los del tatuaje eso lo tienen más complicado, los pobrecitos. Y en el siguiente peldaño nos encontramos a aquellos que deciden romper con su pareja, porque antes ellos no eran así, porque no se ven cómodos dentro de quince años, porque les podría ir mejor, porque la hierba siempre parece más verde en el jardín de al lado, porque queremos más de lo que tenemos, y al final, solo al final, nos damos cuenta de lo cierto del dicho que reza aquello de: no sabemos lo que tenemos hasta que lo perdemos.

No quiero que se me malinterprete, no es falta de fe, ni que servidor posea una capacidad de discernimiento mágica para ver el futuro. De hecho me faltan datos, y es la duda lo que me causa malestar, al fin y al cabo quizá acierten, y sea yo quién se equivoque. Quizá sea lo mejor. Quizá sea solo una etapa, ya lo he visto otras veces en las que estas rupturas precipitadas terminan en reconciliaciones pasadas por el altar. ¿Quién sabe? Ya veremos.

En realidad, lo que más preocupa no es tanto lo que ha pasado como lo que pueda pasar, que en el transcurso de lo que esta por venir, ocurra alguna calamidad imperdonable, que termine por perpetrar lo que fue, de modo que no pueda volver a ser nunca jamás.

Más en: http://diegocozar.wordpress.com

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