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La última obra maestra de Bellini

21 de Junio del 2018 - José M.ª Pérez Rodríguez

Vincenzo Bellini (Catania, 03/11/1801 - París, 23/09/1835), junto con Rossini y Donizetti, integran la cima de lo que se ha dado en llamar el “bel canto”, esto es, el más excelso y elaborado exponente del arte vocal italiano, viviendo en un tiempo en el que Berlioz, Mendelssohn, Chopin, Schumann y Listz aportan obras fundamentales al desarrollo de la música en Europa. Entra en contacto y relación con alguno de ellos e influye, de alguna manera, en la inspiración melódica que aquéllos ostentan. Fue autor de seis Sinfonías, un Concierto para oboe y orquesta, un Te Deum y numerosas Canciones, Romanzas, Cantatas, Arias y Óperas de un acrisolado valor musical, entre ellas “Il Pirata”; “I Capuleto e I Montecchi”; “La Sonnambula”; “Norma”; e “I Puritani”, entre las más conocidas, en sólo ¡treinta y cuatro años que tuvo de vida en este mundo terrenal!

Chopin parte de Viena en julio de 1831 hacia París, donde ejecuta su primer concierto al año siguiente. Bellini recala en París de camino hacia Londres para supervisar en ésta la producción de tres de sus más celebradas óperas en el King's Theatre londinense, después de que su estrella hubiera ascendido rápidamente tras su debut en La Scala de Milán con "Il Pirata" en 1827, al que siguieron los éxitos de las otras tres citadas, para instalarse definitivamente en la capital gala en 1833 a su regreso de la City, hasta su muerte acaecida dos años después. A finales de 1832 ya había aceptado un encargo para escribir una nueva ópera para el Teatro Italiano cual sería "I Puritani", estrenada con un extraordinario éxito el 24 de enero de 1835. En París, en el salón de Lina Freppa, conoce a Chopin, estableciéndose una sólida y entrañable amistad que duraría hasta su fallecimiento. A tal extremo era afectuosa que Chopin, a punto de morir, expresa tres deseos: que su corazón descanse en su tierra natal (donde está en una urna en la iglesia de la Santa Cruz); que se interprete el Réquiem de Mozart en sus exequias y que sus restos descansen en el cementerio cerca de donde estén los de su admirado amigo Bellini, trasladados más tarde a Catania, donde actualmente reposan.

Para un compositor de ópera italiano de principios del siglo XIX debutar en París era una oportunidad que no podía desaprovecharse por el establecimiento en la capital francesa de un Teatro italiano que desde 1801 presentó producciones de obras italianas en su idioma original, y donde Rossini impulsó la “producción y consumo” de ópera italiana.

Algunos de los ingredientes esenciales de "I Puritani" expresan la esencia misma del melodrama italiano romántico: una pareja de jóvenes amantes, un puritano celoso, una intriga política, una opulencia de notas agudas y, por supuesto, locura. Los entendidos y los no tanto esperarán con impaciencia y entusiasmo escuchar algunas de las dulces eufonías distintivas de esta excepcional ópera: la célebre entrada de Arturo; la pirotecnia de Elvira en la deliciosa “Son virgen vezzosa”; sus recurrentes brotes de locura, -uno por cada acto, caracterizándose por una memorable profusión de deliciosas melodías- y la emocionante cabaletta que cierra el dúo de Ricardo y Giorgio en el Acto II. Todas ellas de una espectacular belleza.

Sin embargo, el camino hacia una apreciación más profunda de esta ópera en su totalidad no resulta tan sencillo. La trama, con la guerra civil inglesa de fondo, resulta algo confusa. La decisión de Arturo de salvar a una misteriosa prisionera que resulta ser Enrichetta, viuda del asesinado Carlos I, es la que causa la locura de Elvira al final del acto I y desencadena la mayor parte de la acción y efusiones líricas del acto II. De hecho, es este acto II el que contiene algunas de las melodías más memorables de la ópera, pero se antoja algo estático y hasta rígido, y los soldados que pueblan la escena en diversos momentos del acto III, pueden parecer algo inoportunos, en lo que, por lo demás, constituye una ópera íntima por excelencia. “Deficiencias” atribuidas a la inexperiencia del autor del libreto, Carlo Pepoli, con quien Bellini encontró serias dificultades para trabajar con él musical y dramáticamente. En cierto modo "I Puritani" resulta fascinante precisamente por cómo equilibra los ingredientes más convencionales con las inusuales características antes descritas. De nuevo, uno puede tener la sensación de que durante el acto II no sucede demasiado desde el punto de vista dramático; además de la excelente música. Sin embargo debería notarse cómo los tres números que contiene (el aria de Giorgio, la escena de Elvira y el dúo final) construyen un admirablemente equilibrado y extraordinariamente activo arco músico-dramático. En todos ellos, a pesar de la falta de dinamismo argumental, Bellini logra dejarnos clavados en las butacas no solamente a base de una agudizada tensión emocional, sino también valiéndose de diálogos e interacciones cuando menos lo esperamos, como sucede en otros momentos estelares de la representación.

En su conjunto, el mundo sonoro de "I Puritani" es inconfundible. En palabras de Bellini, la ópera combinaba “la esencia del género como La Sonnambula con el añadido de robustez militar y un poco de la severidad puritana”. La “robustez militar” se hace notar con inusual intensidad en el dúo del final del acto II, que contiene las palabras “Gridando libertá”, y una vez que la ópera llegó a Italia los censores suprimieron frecuentemente el incendiario grito de ¡libertad! reemplazando la palabra “libertá” por “lealtá”.

El planeado regreso de Bellini a Italia nunca llegó, al fallecer prematuramente muy cerca de París el 23 de septiembre de 1835, como ya dijimos. Así, "I Puritani" pasó a la historia no sólo como su triunfal debut parisino, sino también como su “canto del cisne”. No tiene mucho sentido embarcarse en una discusión sobre lo que Bellini podría haber hecho si hubiera vivido más años, al igual que sucedió con Mozart, Pergolesi o Schubert. Pero sí hay buenas razones para ver "I Puritani" como un momento crucial de la ópera italiana de mediados del siglo XIX. La fascinación con los temas “ingleses” y con la locura femenina, evidente también en las óperas Tudor de Donizetti y en “Lucia de Lamermoor”, había alcanzado su cenit y se desdibujaría tan sólo unos años más tarde. El estatus de opus ultimim que adquiriría "I Puritani" han contribuido sin duda a su especial atractivo.

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