El alma del museo
Visité con mi familia Grandas de Salime, por primera vez en el año 1987. A mi esposa y a mí nos acompañaba una de nuestras hijas de 12 años. Nos dirigimos al Museo Etnográfico del que ya habíamos oído hablar. La persona que nos facilitó las entradas nos indicó el recorrido. Descendimos por una vieja escalera hasta el sótano y nos encontramos un paisano dando golpes a un hierro candente. No nos dijo nada y apenas nos miró. Cambio el hierro por otro más pequeño, lo introdujo en la fragua y al cabo de un par de minutos y unos cuantos martillazos lo había convertido en un clavo con las iniciales del museo. Lo enfrió y se lo entrego a la niña acompañado del mensaje: Toma rapacina, esti clavu pa que ti de suerte en los estudios y en la vida. Así conocimos a Pepe El Ferreiru.
Regresé muchas veces al Museo acompañado de amigos. Era un museo en el que siempre encontrabas algo nuevo, algo cambiado de sitio, algo distinto,. Algo que siempre te sorprendía. Pepe se afanó toda su vida por acumular en él la mayor cantidad de objetos cargados de significado y de historia. Lo que nunca cambió a lo largo de los años fue su alma, el propio Pepe. Él constituyó la esencia imprescindible para que ese espacio museístico estuviese siempre vivo, cosa poco frecuente en un museo.
A Pepe lo valorará la historia, la pequeña historia, que la grande suele ser bastante falsa, pues la escriben los vencedores, y lo llevaremos en el corazón todos los que de su mano conocimos su obra.
Los estamentos públicos están en manos de la clase política y ésta es poco dada a los agradecimientos con las personas que han trabajado por el bien común, y menos aún con aquellos que, teniendo un gran amor por lo que hacen, son políticamente incorrectos.
Pepe El Ferreiru no necesita el apoyo de la clase política, que será pasajera, tiene el apoyo del pueblo que será para siempre.
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