Muerte de un ciclista, y además persona
En referencia a la carta publicada por el señor González Ondina, quisiera aportar algunas puntualizaciones.
No es una crítica iracunda, como el señor González aventura, la mía es una secuencia de razonamientos elementales, ya que la sentencia simple y sin contraste de este lector me deja un retorno desasosegante, y es que hay que tener un poco de mundo para decir según qué y dónde, hablamos de muertes y accidentes graves y la ignorancia no va a ayudar a resolver el problema.
No voy a extenderme mucho. La carretera no es un espacio acotado al automóvil. Es una obra pública por la que pueden circular diversos vehículos, como tractores, cosechadoras, transportes especiales, bicicletas... y también peatones. Así son las cosas, y cada cual tiene reglamentadas unas normas de utilización. En ese país de ensueño que describe, en donde la gente cada vez conduce mejor, debe de haber alguna mala función, y lo digo porque a su parecer al menos uno de los vehículos sobra. Se ve que manejar un automóvil le otorga a uno la potestad de aplastar al débil, como si de escorpiones que no pueden evitar su veneno se tratara. La culpa es de la bici, viene a decir el caballero, ya que los legítimos usuarios de la vía no van a poder evitar matarlos si siguen pedaleando por ahí.
En fin, no voy a extenderme mucho más. Da pereza intentar abrir mentes contraídas, es un trabajo mal pagado. Apenas recordar que la abrumadora mayoría de los accidentes con bicicletas implicadas han tenido responsabilidad en la imprudencia del vehículo a motor. Puestos a considerarlo, ¿por qué no sacar al coche de las carreteras? Esa máquina infernal que causa 2.500 muertes al año y tres veces más de heridos con secuelas.
Ahí lo dejo. Resto a disposición de respuestas inteligentes, en mi caso.
José Luis Peira, Oviedo
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