Iniesta, siempre ahí.
Sales a la calle, un balón viene hacia ti y tras él, un adolescente. Devuelves la bola suavemente y él te contesta: "Gracias, señor". ¿Cómo que "señor"?, piensas, pero ya es tarde. Una especie de mecanismo se acaba de encender y parece imposible detenerlo.
Al principio los hechos se suceden de manera sutil. "No, pase usted", te dice alguien. Otro día llegas a casa y el vecino al que viste crecer se ofrece a subirte la compra. Pronto empiezas a darte cuenta de que va en serio. Sales a tomar algo y no sabes cómo, pero acabas en una discoteca. Atónito observas que las miradas de los que allí se encuentran no se dirigen a la pista, sino a la pantalla del móvil, y no entiendes nada.
Ya en tu zona de confort, reflexionas sobre lo sucedido y empiezas a ensalzar tiempos pasados. Primero es la música, luego te pones a criticar eso de la modernidad líquida, a los políticos y sus políticas... Te lamentas una y otra vez hasta que lo ves a él, deslumbrando en el verde césped.
Es Iniesta, y está ahí para decirte que estabas equivocado, que sigues siendo el mismo de antes, que nada ha cambiado. Así ha sido siempre.
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