Pola de Siero: velar la plaza
Así es. Hace unos días recibo en mi buzón una carta que me la envía una anciana de Lieres. La misiva, una escueta nota que viene flanqueada por dos postales, la Virgen de la Cabeza de Meres y la Virgen de la Salud de Lieres, pidiendo: escribe algo en la prensa sobre la plaza de la Pola, la de abastos, la popularmente conocida como plaza cubierta, qué vergüenza y qué tristeza provoca su situación.
Yo no sé si esta anciana de Lieres, a la que le gusta hablar por teléfono, vive sola, con otra, la acompaña su nieto, ni sé si le han analizado el cerebro –si se dejaría–, pero si lo hicieran es muy probable que hallarían en él una célula que pocos ancianos poseen. Los que la han estudiado la denominan Van Enconomo, la célula secreta que sólo la tienen algunos afortunados. Perdone la disgresión, entrar en calidades y cualidades, pues no quiero romper el hilo, hablar cosas que no tengan conexión con el mensaje lanzado por esta anciana vecina de Lieres, que puede recordar cabalmente muchas cosas, que no puede borrar todo lo que significó esta plaza de la Pola, seña de identidad del mercado en esta villa capital del concejo. El mercado semanal de los mercados rodeaba toda la plaza de puestos de venta bajo los aleros, donde se vendía de todo: pollos, conejos, quesos, miel, manteca, huevos y toda clase de frutas y hortalizas, y se podía transitar de un lado para otro. Hoy la plaza está cerrada, sin puestos de venta en el interior y con muchos menos en el exterior. No se puede caminar un martes bajo los aleros, hasta en la calle Ildefonso Sánchez del Río, donde sólo se pone la bicicleta con la rueda de piedra echando chispas, es difícil caminar por este espacio público, rodeado de rampas, escalones, bordillos y barandillas de protección. Su visión la compartimos todos, ésta es la realidad, y la realidad es testaruda y estalla cuando menos te lo esperas, como esta señora de Lieres que alza la voz en señal de protesta por las obras realizadas en este espacio al calor del dinero público. Dice no conocer ese asunto a fondo, y no es por falta de inteligencia para entenderlo, sino porque de estas cuestiones las noticias se sirven muy cocinadas, casi me atrevería a decir camufladas.
¿Que cómo veo yo todo esto?: hace tiempo, señora mía, que en el sillón consistorial falta el sentido común, ha llegado el pícaro que no quiere ni puede debatir sobre ideas, a él no le interesan la verdad o la falsedad, la justicia o la injusticia, lo único que le interesa es la propia supervivencia, al pícaro colocar la verdad o la justicia por encima de su beneficio personal le parece ridículo, lo que explica claramente todos los hechos. Si las catástrofes tuvieran categoría, la de la plaza cubierta de la Pola sería el punto de referencia, el hecho ocuparía la cúspide de la particular mitomanía que generan los estragos. Las sombras que rodean el proceso de esta plaza no van a despejarse por culpa del equipo de gobierno de Ángel García, que defiende su opacidad; los que accedieron al poder bajo la bandera de la regeneración han demostrado en tiempo récord que no son de una pasta diferente a la que venían a limpiar. También la falta de un buen periodista, pues un buen periodista no debe limitarse sólo a ser sin más un mero comentario público de los hechos acaecidos, debe tener también una labor pedagógica a fin de ponerlo en valor de forma honesta.
Dentro de varios cientos de años, cuando todos seamos cenizas, arquitectos de siglos venideros descubrirán en la Pola una enorme obra cuyo origen no alcanzarán a descifrar. Una obra de ingeniería de pretensiones faraónicas que durmió el sueño de los justos, se preguntarán extrañados. Habrá quien atinadamente piense y diga que se trataba de un despilfarro de la época.
Benigno Martínez-Fuego, Marcenado (Lieres)
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