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El feminismo y las mujeres

6 de Mayo del 2018 - Ana María Fernández Menéndez (33401)

Últimamente parece que el feminismo, como otras ideologías, está tomando fuerza a través de la calle en nuestro país hasta el punto de que parece que toda mujer, por el solo hecho de serlo, tiene necesariamente que ser feminista. Parece casi impensable, debido a la gran presión mediática, ser mujer y no ser feminista.

Está claro que algunos de los principios que defiende el feminismo, como la igualdad entre hombres y mujeres, a igual trabajo y responsabilidad igual salario, o la lucha contra la violencia ejercida contra las mujeres, son compartidas prácticamente por todo el mundo. Esta es la cara amable, aceptada y compartida por casi todos del feminismo, pero el feminismo no es sólo eso sino que es, nada más y nada menos, que una ideología que no siempre ha sido beneficiosa ni para las mujeres ni para la sociedad y que ahora quiere dejar de ser un movimiento de clases para convertirse en un movimiento de mayorías totales y dejar de ser un grupo de presión para convertirse, según parece, en un partido político. Lo cierto es que ha logrado convertirse en un factor añadido a la tensión político-social de nuestro país.

El feminismo es realmente una ideología poderosa y, como toda ideología que se precie, pretende dar soluciones fáciles y reduccionistas a problemas profundos y complejos que se hunden frecuentemente en el inconsciente tanto personal como colectivo convirtiendo lo psicológico en sociológico, desviando el razonamiento y deformando la realidad con recetas simplistas, de fácil aplicación, publicitarias y con una gran carga emotiva y apoyados por una eficaz propaganda mediática. El feminismo cuenta además con un vocabulario propio que pretende imponerse pero que distorsiona hechos y realidades, y es que hasta las causas más justas al ideologizarse se radicalizan y deforman.

El feminismo se introdujo en nuestro país, sobre todo a partir de los años 70, con un fuerte compromiso de clase vinculado a partidos de izquierda, sobre todo al PSOE, y dirigiéndose principalmente hacia la sexualidad, la familia y el aborto, con una fuerte campaña de desprestigio de la maternidad y con políticas antinatalistas y neomalthusianas hasta conseguir nuevamente con el PSOE, entre otras cosas, que el aborto, que no es otra cosa que un infanticidio legal en fase prenatal, fuera considerado como un derecho progresista de la mujer. Durante los años 80 y 90 fueron muy numerosos los programas de juventud y anticoncepción y toda esa eficaz y machacona propaganda ha conseguido que España sea ya desde hace años uno de los países del mundo con la más baja tasa de natalidad. Algunos de los que defendieron esas políticas se lamentan ahora de que sea esta una de las causas que hace muy difícil el sostenimiento del actual sistema de pensiones.

Hoy los objetivos del feminismo que tienen un fuerte componente psicológico son otros y están más en relación con el poder y el empoderamiento a través de las mujeres, además algunos de sus conceptos clave se están transformando rápida y peligrosamente en creencias con un fuerte contenido dogmático y doctrinario sin apenas ningún cuestionamiento crítico. El feminismo necesita una revisión racional antes de que sea demasiado tarde.

La ideología de género, concepto clave del feminismo, nos remite a un problema antropológico de primera magnitud. El que los hombres y las mujeres somos diferentes no se debe a una cuestión cultural ni a una construcción histórica, es una evidencia empírica y fácilmente observable. Los problemas que derivan de esa definición arbitraria de sexo y género y de la feminidad y la masculinidad son también importantes, afectan al núcleo de la personalidad, a la identidad personal y al equilibrio psicológico. La ideología de género y sus aplicaciones están produciendo una auténtica devastación en las relaciones naturales entre hombres y mujeres, y provocando una verdadera masacre sentimental.

También atribuir simplemente al machismo, un concepto confuso, vago, totalizador y beligerante que puede conducir a confusiones y malentendidos, todo tipo de males que puedan afectar a la mujer e incluso a la sociedad, incluida la violencia extrema, puede ser un error y enmascarar o camuflar causas más profundas y complejas que deben ser analizadas y tratadas por expertos. Son muchas las causas que pueden desembocar en comportamientos violentos y agresivos como la psicopatología, los trastornos negativistas y disociales, las ideas primitivas, salvajes y poco civilizadas sobre la sexualidad, el desenfreno moral, la ausencia de límites, una infancia difícil en familias desestructuradas, el consumo de drogas, la pobreza material y cultural y también las graves ambivalencias, contradicciones y paradojas del actual sistema de valores que, entre otras muchas cosas, pueden estar en la base de una violencia y un odio que no cesan y que afecta no sólo a las mujeres sino a toda la sociedad. Lamentablemente parece que estamos en un proceso de regresión a la barbarie.

Por otra parte, pretender solucionar conflictos que pueden afectar, y no sólo, a las mujeres, como la baja autoestima, las timideces, los complejos más o menos sublimados y la inseguridad mediante autoafirmaciones constantes, agresivas y desafiantes es un imposible psicológico, eso lo único que consigue es visibilizar el problema, pero no solucionarlo. El autoengaño puede aminorar la frustración, pero no libera el subconsciente.

Finalmente resulta indignante el uso y abuso y la instrumentalización que ciertas elites feministas hacen del conjunto de las mujeres para acceder, por cuota y por ley, a puestos directivos, que son además los más y mejor remunerados, en nombre de todas las mujeres cuando gran parte de ellas seguirán con sus rutinarios y a veces mal pagados empleos.

Durante el siglo XX, el ascenso de la mujer ha sido imparable y el feminismo pretende atribuirse casi todo el éxito. Sin embargo hay que atribuirlo fundamentalmente al sistema democrático y a sus principios de igualdad, libertad y solidaridad, al acceso generalizado a la educación y a la evolución, progreso y desarrollo de la propia sociedad y conviene no olvidar, en estos momentos de gran confusión ideológica, que una cosa es el feminismo que tiene sus seguidores, su público y sus proclamas y otra cosa diferente son las mujeres y sus necesidades reales más allá de cualquier manipulación e instrumentalización político-ideológica.

Ana María Fernández Menéndez, licenciada en Historia del Arte, Avilés

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