Pepe el del Maravilla, in memoriam
Cuando me dijeron que Pepe el del Maravilla se nos había ido para siempre, quise rememorar su última sonrisa, abierta, campechana, y sentir el último abrazo, generoso, compañero, hospitalario, pero enseguida me mordió en la conciencia la certeza de que se habían agotado las raciones de afecto, los guisos de complicidad, los postres de simpatía que nos regalaba Pepe al recibirnos y que guardaba en la bodega de su corazón, grande y generoso, de los que sólo caben en los pechos de los hombres de bien que entienden el mundo con calma y lo saben explicar sin prisa. Después venían los guisos de Tere y la simpatía y profesionalidad de Leti y Adrián, más ocasionales en los últimos tiempos, pues los niños crecen y emprenden vuelos que los traen y los llevan... A los tres y a la abuela los tenemos mi familia y yo bien presentes en el recuerdo... Si el recuerdo de los amigos, compañeros y clientes borrase los pesares, ellos tendrían un trance menos duro, sin duda, pues seguro que son miles de personas las que los acompañan en este amargo trago. Pero ya sabemos que no sirven para eso. Sirven, en realidad, para desahogo del que recuerda y, como mucho, para aliviar momentánea y ligeramente a quienes sufren más de cerca la pérdida.
Descanse en paz un hombre amable, que desbordaba afecto en sonrisas y abrazos, hostelero de altura, intérprete avisado de la realidad, ponderado en los juicios, conversador ameno, aficionado a ejercitar el músculo y la mente, atento a sus entornos, amante de su familia, ciudadano de su tierra, de su costa y de su mar...
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