"No dejar enfriar el amor"
Fanatismo es un término que define así Enrique Echeburúa, catedrático de Psicología Clínica de la UPV, y que no difiere esencialmente de la Real Academia Española. El fanatismo “es una actitud caracterizada por una adhesión intolerante a unos ideales (políticos, étnicos o religiosos) que pueden llevar en algunos casos a conductas destructivas”.
Es mi intención, dada la realidad que nos invade, desglosar aquí, de forma sencilla y real, esta aportación del insigne catedrático. En principio, pienso que respecto de las consecuencias sufridas por los ideales religiosos y étnicos ya teníamos que haber aprendido suficientemente de nuestra pasada historia, pero no fue así, y estoy convencida, y siempre lo repito, de que “sólo el hombre tropieza dos veces en la misma piedra”. ¡No hay como la sabiduría popular!
Es una actitud. Estas personas o grupos ya tienen una disposición habitual para comportarse u obrar fanáticamente. Por lo tanto, la actitud errónea es la de todos aquellos, pueden ser millones, que no siguen su comportamiento, que no ven los hechos igualmente. El engaño, prevaricación, secretismo, rebelión, violencia, injusticia, manipulación, malversación, división, siempre es culpa de los otros, de quienes no aceptan sus planteamientos utópicos, que, posiblemente, tienen alguna “singular” razón, tan ciega como inadmisible. Actitud que si se analiza en distintos guetos, sectas o grupos especiales, siempre se adhiere a los mismos elementos: singularidad, poder, dinero. Son las tentaciones que Jesús de Nazaret venció en su etapa de desierto y nos invita también a vencer a todas las personas de buena voluntad que queramos seguirle (Mateo 4, 1-11). No obstante, llama la atención apreciar que algunos de estos grupos se consideran muy creyentes. Una singularidad que, en casos, puede ayudar incluso a los más desfavorecidos, pero siempre desde arriba, actitud que divide. Se constituye en grupo aparte, no acepta ¡hasta dónde puede llegar la ceguera! No es así. Todos somos pecadores, Jesús de Nazaret fue el único exento y precisamente el salvador. El poder todos sabemos lo que lleva consigo: privilegios y oportunidades de toda clase, en perjuicio siempre del bien común. En las democracias, hoy en decadencia debido a tantos males cometidos, y convertidas en populismos, casi todo se mueve en función electoral. No digamos de la oposición en cada momento, que por conquistar ese ansiado poder es capaz de “ir con los de la feria y venir con los del mercado”, como se dice aquí en mi entrañable Asturias, y todo para desembocar siempre en el dinero. Es curioso apreciar cómo aquellos grupos que dicen luchar por los pobres, por la igualdad, que dicen estar contra los capitalistas y el mismo sistema capitalista, a la larga se observa que sólo se mueven para llegar hasta ese capital. ¡Hay tan poca honestidad! Pero algo queda. El fanatismo nos impide ser libres. La oportuna sabiduría de Jorge Bucay nos dice: “Competir y compartir son dos mundos: el que tenemos y el que necesitamos, y sólo una sílaba los separa”. ¿Nos animamos? Ello es posible. Actualmente se lleva a cabo un diálogo en Irún. El grupo está formado por un “músico icono abertzale”; del lado opuesto, una “eterna promesa del PSOE y víctima de la banda terrorista ETA”, y un escritor asturiano, de la cuenca del Nalón, de Blimea, que trabaja en Comic, amigo de ambos y que ha reunido al grupo. De este real y posible encuentro, cuya finalidad es “tender puentes”, no obstante sus diferencias, se publica su libro en mayo, que lleva por título “Los puentes de Moscú”, haciendo referencia al barrio donde tiene lugar el singular diálogo. Gracias, jóvenes, por hacer posible lo imposible. Donde no existe fanatismo, el corazón y la mente están siempre abiertos.
Adhesión intolerante. No se admite nunca la parte de verdad que tienen los demás, porque la intolerancia piensa que su parte de verdad es única y absoluta y debe triunfar sí o sí. Suficiente con observar una tertulia política en TV; la persona fanática siempre pide que se respete su palabra, mas ella nunca respetará la contraria, teme conocer la verdad. Las consecuencias: modificar el significado de ciertos términos, como pueden ser diálogo, libertad, democracia, ley, política... y, por lo tanto, imposibilitar para ejercer los mismos y, especialmente, constituirse ellos mismos en ley suprema, en gueto superior. La intolerancia no sólo “crea significado de términos” sino que de hecho lleva consigo, yo diría que siempre, conductas destructivas: cuántos millones de euros en bienes comunes destruidos en este país que nos han pasado factura a los bolsillos de cada uno de los españoles. Cuántas personas asesinadas, instituciones atacadas, personas amenazadas y perseguidas aún hoy... Hay algo que debe quedar muy claro: pactos políticos de Estado, sí. Dinero, nunca más. Esto siempre va en perjuicio de las comunidades autónomas, alimenta la intolerancia y siempre la desigualdad. Digo que siempre son destructivas porque además dividen, destruyen la convivencia de nuestra sociedad, lo mejor que podemos tener y alimentar siempre. Un proverbio africano dice: “Nadie se ha levantado a pulso. Hemos llegado porque alguien se ha agachado para ayudarnos”.
Adhesión intolerante a unos ideales. Los ideales tienden siempre a la perfección y todo aquello que divide, que es intolerante, que destruye, no puede ser un ideal. Hoy vamos a proponer un verdadero ideal para todas las personas de buena voluntad y que ya habla en el título: “No dejar enfriar el amor”. Es propuesta del Papa Francisco. Aceptémosla, vivámosla, dediquémonos a “tender puentes” de unión que no enfríen el amor entre personas, grupos, instituciones, cada uno/a su nivel. Y para quienes disfruten de la música, les invito a escuchar “Los demás”, de Alberto Gómez. Un abrazo y ¡adelante! Porque ¡Cristo vive!
Conchita Díaz-Faes Camblor
Barredos (Laviana)
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