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La caza, reconocida como actividad deportiva

8 de Mayo del 2018 - Eduardo Bros Martínez (Oviedo)

Esto que se dice de que la caza no es deporte comporta relativismo, genera polémica en una sociedad que se ha posicionado en su contra en exceso. Hay versiones contradictorias muy diferenciadas. La caza puede ser muchas cosas. Una de ellas, que como actividad organizada tiene en el interiorismo de su práctica pasajes de actuaciones que se rigen a través de los códigos que marca el deporte. Y es que la falta de una percepción cierta de que pueda disponer la ciudadanía sobre ella sea muy probablemente el motivo principal de que siga estando mal entendida.

Sobre un marco establecido de tentativas retóricas contrarias a la caza, constituidas en un frente agitador promovido por profesionales de la doctrina ecologista y algunos otros colectivos de afinidad ideológica, con el apoyo de ciertas terminales mediáticas generalistas, tratan de movilizar y unir a su favor sensibilidades con prejuicios hacia todo aquello que provenga de la actividad cinegética, como preámbulo de un proceso abierto que busca deslegitimizar el concepto deportivo adjudicado a la caza.

¿Pero quién puede quitar al cazador la condición de sentirse deportista? Con independencia de modificar el precepto legal que ha venido dictando la pertenencia de la caza a la disciplina deportiva, existe arraigado en el sentimiento del cazador una norma ancestral no escrita que contradice cualquier objeción perceptible relacionada con este tipo de vocación. Cada uno es deportista en el grado que así se considere. Es la versión de un concepto personal íntimo que no tiene que estar sujeto a criterios de nadie ni de nada. Por muchas operaciones de descrédito que se hagan con la intención de diferenciar esta condición, es inevitable que el cazador sienta en su fuero interno que su oficio se desenvuelve a todos los efectos dentro de un sello de tan señalada inclinación vocacional. Siempre ha sucedido así, por mucho que se empeñen en querer demostrar lo contrario.

Es evidente que la caza requiere de una nueva mirada; ha evolucionado en concepción y desarrollo en algunas de sus distintas actividades hacia un modelo de signo competitivo que precisa de una normativa uniforme que la obliga ante ciertas entidades (Consejo Superior de Deportes, Federación, etcétera) a su exacto cumplimiento bajo el arbitrio de jueces deportivos. Son ya muchas las evidencias de ello. El viejo principio de que la caza no ha sido nunca un juego ni una competición ha quedado invalidado.

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