Amores de usar y tirar
Hace tiempo que en Occidente ya no hay Guerras Santas ni cismas, hace tiempo que la sociedad se enfrenta a su propia esfera moral, ya nada es seguro y cuanto más avanza la ciencia más sabemos cuánto desconocemos.
De un tiempo a esta parte, las relaciones son tan instantáneas como un clic, atrás queda ya la Antigua Grecia donde el matrimonio se pedía tirando una manzana a la amada, atrás quedan los poemas románticos previos al suicidio, ¿estaremos ante una crisis de existencia?
Para que queremos estar toda la vida con una misma persona, si es baja podemos buscar en las redes otra más alta, si está calva o le han salido estrías en el culo podemos obviarla y seguir en las redes a otra persona de buen ver. Ya no aguantamos nada, ya no apreciamos nada; señores, ¡ya no entendemos nada!
En el período consumista en el que vivimos, los amores son también eso: consumo. Queremos consumir todos los amores que podamos en el tiempo que nos queda. Y ¿qué es del matrimonio? Ese cuento ya no existe, el carácter indefinido del vínculo se relativiza desde el momento en que se permite su disolución a partir de los tres meses de haberse celebrado y sin alegar causa alguna. Dura más la garantía de nuestra lavadora.
¿Qué hay del vínculo de dos personas que se quieren por encima de todo y que se respetan?, tal vez mañana desconozcamos el término “amor” y desaparezca de nuestro vocabulario. Total, da igual, los “te quiero” valen cada vez menos. Yo elijo ser de las personas que dicen pocos te quiero a lo largo de una vida, de los de verdad.
Posiblemente el ideal de encontrar el amor de una vida sea anticuado, sea snob, sea trasnochado, posiblemente eso no exista, pero lo siento amigos: yo lo seguiré buscando.
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