El efecto Podemos y sus derivadas
No han pasado muchas fechas desde aquel 25 de mayo de 2014, en la que una formación política de nuevo cuño, Podemos, con sólo tres meses de existencia, y con el simple y sencillo discurso de que venía a poner una nota de decencia en el corrompido mundo político nacional, amén de la promesa de repartir dones y bienes a diestro y siniestro entre la ciudadanía, sorprendió a propios y extraños logrando cinco escaños en el Parlamento Europeo. Este discurso que, sin duda, caló fundamentalmente entre el electorado más joven, le ha seguido dando fuerza en las siguientes elecciones generales, autonómicas y municipales, hasta el punto de alcanzar unas considerables cuotas de poder y, como consecuencia, una notable influencia en la política nacional. Pero, al contrario de la fábula de Hamelin, en la que sólo se libró un cojo, muchos de los primeros seguidores del flautista Iglesias (el mismo misógino que quería azotar a Mariló Montero hasta que sangrara), al darse cuenta del engaño, ya han empezado a abandonar la marcha antes de que se los trague la montaña. Son muchos los trucos empleados por este encantador de feria y compañía que ya han quedado al descubierto, y que, consecuentemente con ello, han revertido la primitiva ilusión de una importante parte de sus primitivos votantes hasta transformarla en decepción. No hay ni un solo lugar en el territorio nacional en el que Podemos, o alguna de sus confluencias (como a ellos les gusta denominar a todos los grupos que, de alguna manera, mantienen estrechos vínculos con su formación y que, mayoritariamente, al igual que ésta, nacieron al calor del movimiento ciudadano conocido como 15-M), esté gobernando, o incrustado en algún equipo de gobierno, que merezca un calificativo de aprobado. Una prueba de ello es el estancamiento, cuando no reducción, de las expectativas electorales que, para este partido, reflejan las últimas encuestas.
Si bien es verdad que un bipartidismo, como el que prevaleció en España desde las primeras elecciones democráticas, con el juego de: "ahora tuya, luego mía", no parecía ser ni deseable ni recomendable para la naciente democracia, también lo es el hecho de que un nuevo partido, venido a jugar la baza del oportunismo, creado por personajes sospechosos de muy dudosas intenciones, aunque ya se vayan clarificando en el presente, y con un claro objetivo inmediato: participar en el reparto de la tarta, no era precisamente la solución que se necesitaba, sino una contribución más al problema. Probablemente esta formación, Podemos, financiada en principio con capital iraní y venezolano, con ocultos intereses, resistirá el paso del tiempo a costa de un progresivo desgaste que la llevará a convertirse en un partido prácticamente testimonial, al igual que le ha ocurrido a la fagocitada IU actualmente coaligada en el conglomerado Unidos Podemos; pero, hasta entonces, habrá acumulado todo un recital disonante de prácticas políticas sectarias y revanchistas que, a buen seguro, dejarán secuelas que perdurarán bastantes años, algunas posiblemente de difícil reparación.
Que partidos de las características de Podemos vengan a dar lecciones de democracia, honradez y buena praxis política es una verdadera tomadura de pelo, amén de un insulto a la inteligencia de los españoles. Personajes cargados de prejuicios y con antecedentes poco edificantes no deberían tener nunca una presencia en las instituciones tal que pudieran decidir sobre el futuro del país, ni el de ninguna de sus comunidades autónomas. Acabaríamos, a corto plazo, perdiendo la confianza que, de momento, y a pesar de todos los reparos que se puedan poner al actual Gobierno del PP, que son muchos, aún gozamos en el concierto europeo e internacional. Sabido es que fuera de nuestras fronteras te respetan en la medida que te temen, y si nuestra representación estuviera en manos de estos personajes perderíamos rápidamente toda la credibilidad que se ha forjado a través de muchos años. Como para muestra basta un botón, no hay más revisar someramente quienes encabezan la lista que Podemos tiene previsto presentar como candidatura a la Comunidad de Madrid para el próximo 2019. Todo un ejemplo de lo antedicho. A saber:
Ínigo Errejón, sí, el mismo farsante de la beca que justificó un mes de trabajo con un estudio de la Junta de Andalucía publicado 7 años antes. Le sigue Tania Sánchez, aquella que pasó del "no vamos a entrar en Podemos", a decir que "Podemos es la única vía de confluencia", y que acordaba subvenciones municipales en el Ayuntamiento de Rivas-Vaciamadrid para la empresa de su hermano. En tercer puesto, como no, Ramón Espinar, aquel golfo de la vivienda protegida con la que se embolsó, antes de una año y sin llegar a ocuparla, 30.000 euros, y que consiguió una beca en la Complutense cuando su padre, el de la tarjeta black, era vicepresidente del Consejo Social de dicha Universidad, además de la desfachatez de figurar en su currículum oficial haber sido profesor de la Universidad Autónoma de Madrid, cuando apenas impartió 3 clases (unas 5 horas lectivas). A la vista estos tres primeros, creo que ya no merece la pena seguir analizando el resto de la lista, hasta 26, que, al día de hoy, forman la candidatura.
En clave local, si nos vamos al caso de Oviedo, en cuyo municipio gobierna virtualmente el PSOE con un Alcalde condenado a un mero papel de títere, y en que el verdadero control municipal está en manos de Somos, una de las marcas blancas de Podemos, las consecuencias derivadas no pueden ser más nefastas: amén de despropósitos de todos los calibres, cuya enumeración sería interminable, se pueden destacar, como más significativos y propios del ideario de este partido político, la negación, o cuanto menos la férrea oposición, a todo lo que pueda dar prestigio y nivel cultural a la ciudad, amén de favorecer su crecimiento económico, tales como la celebración de los actos inherentes a la entrega de los premios Princesa de Asturias o la organización de los actos propios de una recuperada Semana Santa ovetense; mientras que, por otra parte, se apoyan incondicionalmente a otros actos públicos organizadas por colectivos tales como el conocido grupo TLGBI, que, en manifestaciones como el Día del Orgullo Gay, dejan bastante que desear, con multitudinarios desfiles en los que la falta de respeto a quienes no comulgan con sus hábitos y costumbres rayan lo obsceno. Por si todo lo negativo que emana del Consistorio no fuera poco, ya se empiezan a manifestar procesos metastásicos derivados de este movimiento de tinte aparentemente libertario que alcanzan a instituciones tan significativas como la Universidad. La celebración de un cuplé picante en la capilla del Aula Magna, el pasado 24 de abril, que causó estupor, tristeza, rechazo e indignación en un amplio colectivo de estudiantes y ciudadanos en general, con una falta total de consideración y respeto a un lugar consagrado al culto desde su fundación, hace más de cuatro siglos, es toda una bomba en la línea de flotación de nuestra sociedad y una manifiesta declaración de intenciones de tratar de destruir nuestras tradiciones más arraigadas.
En la situación actual, con un partido gobernante fuerte y merecidamente cuestionado, en el que los indicios de agotamiento son auténticamente alarmantes; con el principal partido de la oposición en un proceso caída libre, sin un líder firme y dando continuamente bandazos a izquierda y derecha; con el emergente Podemos del que, a pesar de su corta existencia, ya nos ha dado suficientes muestras de que lo que persigue no es precisamente el bien y la estabilidad para el país, sino mas bien acabar con el orden establecido y un, hasta ahora, difícil de calificar, Ciudadanos, la desafección hacia los políticos por parte de la ciudadanía está más que sobradamente justificada. Lo peor es que, dentro de todo este oscuro y preocupante panorama, deo volente, no nos va a quedar más remedio que volver, en su momento, a tener que elegir en qué manos vamos a encomendar el futuro inmediato de nuestras instituciones y, por ende, el destino de nuestra patria. Lo difícil, y que, sin duda, necesitará de una buena dosis de reflexión previa, será a quién votar. Después, que Dios reparta suerte y, sobre todo, que la fortuna nos acompañe.
Constantino Díaz Fernández, Oviedo
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