La vida loca
Hace ya un par de horas que me acosté y aún no he conseguido dormirme. Estoy inquieta, con cierto desasosiego porque aún me quedaron cosas por hacer. En esta ocasión me he prometido a mí misma no levantarme para sacar del bolso el Trankimazín. Tengo que superar esta sensación continua de ansiedad que lleva acompañándome durante años. Este es el motivo que me ha impulsado a escribir, algo que me relaja más que una buena dosis de respiraciones diafragmáticas. Ojalá que la gente que me lea reflexione y pueda reinventarse, sin duda ese es el mejor camino.
Vivimos en un mundo en el que algo falla. Me pregunto por qué en las farmacias los medicamentos más vendidos son ansiolíticos, antidepresivos, tranquilizantes y pastillas para bajar la tensión arterial, muchas veces consecuencia de un estado emocional inapropiado. Cada vez hay más personas que practican yoga, taichí, mindfulness o pilates. También me sorprende ver en restaurantes a parejas pendientes del móvil sin importarles el color de ojos de sus acompañantes. Antes de leer un capítulo de un libro optamos por entrar en Facebook y colgar las fotos de la cena con los amigos simplemente para ver a posteriori cuantos “me gusta” se han cliqueado. Podría seguir enumerando un sinfín de actitudes que creo que deberíamos cambiar pero tengo un espacio reducido por lo que esta ocasión os animo, queridos lectores, a observar por un tiempo la magia de ver cómo cambia el color de las hojas.
María Domínguez Ramos, Gijón
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