Casos y cosas
Histórico y ejemplar ha sido el encuentro entre los dos líderes coreanos, de verdadero asombro y perplejidad. Sí, porque de amenazas de misiles nucleares, de guerra, destrucción y muerte se ha pasado a todo lo contrario, es decir, a una paz que parece ser que terminará unificando a las dos Coreas. Sí, porque, a lo Romeo y Julieta, los dos mandamases se hartaron de abrazos y besuqueo ante las cámaras, felices y sonrientes. Un buen ejemplo a imitar para conseguir la paz en el mundo. Y el Nobel de ella, como está mandado, para los dos líderes coreanos, antes “engarriaos y extremaos” y ahora “xuncíos” como hermanos. Tomen buena nota de ellos Sánchez, Iglesias y Mariano
Doña Cristina Cifuentes ya es historia, una historia que comenzó en un supermercado y terminó en la comunidad de Madrid. Cosas veredes, mío Cid.
El mentir es de obligado cumplimiento en algunos políticos de relieve. Por ejemplo, el señor Rajoy dice no saber los apaños millonarios que, entre otros, se traían personas de su mayor confianza como los señores Correa y Bárcenas, ni tampoco la financiación ilegal de su partido en los procesos electorales. Otro tanto acontece en el partido socialista, con los señores Chaves y Griñán, que tampoco saben nada del pringue millonario (el mayor y más vergonzoso porque fueron muchos millones destinados a los trabajadores) por parte de funcionarios de la Junta de Andalucía. Y sus dos presidentes y el de PP, no tenían ni pajolera idea del chupe y mamandurria de los ERE, el Gürtel, de Valencia, y cuantos más hay detrás de ellos. He aquí a tres presidentes, con un rostro pétreo, “made in cemento” Tudela Veguín, que demuestran eso de que el mentir, hoy es de obligado cumplimiento en la política carpetovetónica. Esto es más bien de coña que de cabrero, y propio del TBO.
En un lugar de Francia, en el que tuviera su criminal santuario, ETA ha anunciado su disolución, teatral y demagógicamente, sin arrepentimiento alguno y sin pedir perdón por tantos asesinatos, secuestros y extorsión. Los etarras no tienen perdón, y deberán pagar sus delitos entre los muros de una prisión.
“La Manada”. ¿Qué se puede esperar de unos sujetos que se definen así? Pues lo que ocurrió en Pamplona, por San Fermín, en que cinco bestias, despreciables seres humanos, inhumanos, agarraron a una indefensa jovencita, se la llevaron a un portal y allí, salvajemente, le arrancaron sus ropas y la violaron todos ellos, entre carcajadas, expresiones groseras y asquerosos eructos alcohólicos, allí la dejaron, los muy canallas, a la pobre chica tirada en aquel portal, sucia, rota, destrozada. Posiblemente para siempre. La Justicia en este caso, quien la ejerció, fue injusta, lo que provocó una indignación general que tuvo su eco en los demás países de la UE.
Las pensiones de viudedad. He aquí una causa que todos debiéramos de defender en la calle también, porque los políticos, excelencias y señorías, pasarán de ello olímpicamente. Creo que los mismos pensionistas tenían que liderar esta causa porque les cuelga del pelo. Bueno, porque la mujer le ha dado amor, entrega, sacrificio y, sobre todo hijos, amén de llevar el peso duro del hogar, la casa, y lo que ello supone de trabajo y de ese sacrificio. Que sobre ella cuando el marido fallece, dejándola con una pensión reducida y mutilada que, en muchos casos, muchísimos, la desamparada viuda queda prácticamente en la indigencia, ¿es esto justo?
Será importante el subir las pensiones (si son tan reducidas hoy, ¿cómo lo serán mañana para la viuda del pensionista cuando éste le falte?), no lo dudamos, pero mucho más lo es el dejar a la viuda del pensionista la pensión íntegra que él percibía, sin corte o mutilación alguna. Éste sí que sería un gran logro social, que debieran de considerar nuestros políticos, todos, con el mismo entusiasmo que ponen en la defensa de sus ideologías e intereses de partido, siempre prioritarios.
Y por este logro social, una vez más aquí, rompemos otra lanza, que no será la última. ¿Quién o quiénes hacen suya esta causa, solidariamente, por todas las viudas de los pensionistas?
Ricardo Luis Arias
Aller
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