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La llegada del Obispo y la salida de Bardales

26 de Febrero del 2010 - Ramón Alonso Nieda (Arriondas)

O viceversa. También podría ser Obispo a la estaca; lo que no cambia es el guión: Procedente de Gijón, provisto de una credencial a modo de pasaporte pontificio, llegó a Oviedo de buena hora, en la desabrida mañana del 30 de enero, el popular cura de barrio, D. José María Díaz Bardales, con el designio de asistir a la toma de posesión del nuevo Arzobispo. Después de intentarlo sin éxito en la plaza de San Vicente, consiguió por fin D. José María, al cabo de muchas vueltas, aparcar en casa Cristo; que aunque suene un poco fuerte, es una forma meritoria y muy piadosa de aparcar, que más debiera ir aparejada de indulgencias que de parquímetros. Y eso bien podría entenderlo De Lorenzo, que es alcalde de derechas.

Después de patear pacientemente los tortuosos entresijos de Vetusta, que no consienten atajos, arribó por fin a la Catedral Metropolitana, ya bien entrada la mañana y con una buena mojadura. Encontróse allí al Cabildo muy liado en una enrevesada ceremonia de trae-pacá quítame-payá no sé qué Cartas Apostólicas. Naturalmente D. José María no entendió una gorda de aquella abstrusa ceremonia, por la sencilla razón de que, como queda dicho, él es un sencillo cura de barrio que se nos muere de eso, de genuino y de sencillo. Con lo cual queda muy claro que esa falta de inteligencia lo dice todo a su favor, pero es un mudo alegato contra los alambicados maestros de ceremonias mucho más áulicas que evangélicas. Intelligentibus pauca.

Menos mal que Dios aprieta pero no ahoga; después de aquella larga ceremonia, D. José María pudo reunirse para charlar y abrirse el corazón entre amigos, moralmente in simplicibus, sin artificiales cortapisas. Pues en esas estaban pasándolo muy bien, viendo fotos y vídeos en una digital, cuando por el ángulo derecho fue entrando en pantalla hasta ocupar el primer plano un par de dos, que venían departiendo muy animadamente de nueva cocina diocesana; y hete aquí que uno de los dos se refiere de pronto a Díaz Bardales como presunto pre-cocinador de ciertos guisos episcopales. Reconocióle D. José María y ensombreciósele el ánimo, le dio pena. Tu quoque fili mii!

Mustio, mohíno y un punto mosqueado, abandonó Vetusta sin poder siquiera sacudirse el polvo de las sandalias (que con tanta lluvia ni polvo había). De vuelta ya en Gijón, a medida que iba penetrando por la Avenida de Pablo Iglesias, giraba luego a la izquierda en la glorieta de Carlos Marx para entrar en la travesía de Bertold Brecht, antes de enfilar la calle de Dolores Ibárruri que le lleva directamente a la Reserva Conciliar del Bibio, le iba volviendo el alma al cuerpo y se le ensanchaba de nuevo el corazón. Y no es que estemos citando a bulto el callejero por no consultar el Heart en Google; es el PGS de D. José María, que tiene una programación un tanto peculiar.

Ya en casa, por fin en zapatillas y después de haberse quitado la mojadura, una vuelta por la red le deparó a nuestro atribulado cura de barrio la primer satisfacción de esa dura jornada: dio con el portal Ambrosianeum, que se abre para acercar el Concilio a los jóvenes (de ahí lo de Ambrosianeum, porque los jóvenes están pidiendo latín). Cuenta ese portal con un plantel de lo más granado en cardenales, arzobispos y teólogos: Martini, Tucci, Vettazi, Coda, Piovanelli, Silvestrini, Tettamanzi nombres casi todos bien conocidos de la feligresía de La Calzada, aunque suenen a una alineación de la Fiorentina más que a una del Sporting, pero ¿no se ve en eso la anchura y universalidad de la Iglesia?

¿En qué estaríamos pensando que omitíamos esto? El nuevo Arzobispo pronunció una brillante y simpática homilía en la que, aunque se olvidó de los curas y de los cristianos de a pie, evocó en bable la nueva cocina asturiana (decididamente, el culinario era el tema del día en la calle y en la catedral). El Arzobispo no entró en detalles, pero las recetas están en la red. Por ejemplo, Obispo a la estaca: Escójase un ejemplar de lo más conservador (género que, al parecer, predomina en el mercado), adóbese con perejil, laurel y una ramina de romero, déjese socarrar a fuego lento y sírvase bien churruscado rociado de salsa conciliar al gusto; se acompaña de sidrina y guarnición de hierbas amargas. ¡De chuparse los dedos! (Después de haber comido a modo, sin engorrosas etiquetas, la gente suele cantar lo de Dime xilguerín parleru, pero no es obligatorio). Ahora comprendemos el mosqueo de Bardales ¡Tomarle por pre-cocinador a él que es el cocinero-en-chef de cuyos fogones salen los más reputados asados episcopales! Qué falta de consideración.

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