El bable de Schrödinger
Lo hemos oído muchas veces: el bable no existe, es un invento, nadie habla así. Es una afirmación irrefutable: si tú porfías en que jamás has oído decir "ye que", nadie puede demostrar que mientes. Da igual que yo, y muchos de mi generación, demos testimonio de lo que oímos y hablamos en nuestra casa, de boca de nuestros abuelos, nuestros padres, nuestros vecinos. Da igual que Xosé Fernández "Ambás", venciendo la timidez y el estigma seculares, mostrase en la TPA magníficos ejemplos de hablantes patrimoniales. Da igual que el Atlas Sonoru de la Llingua asturiana, disponible en Internet, ofrezca grabaciones de extraordinaria calidad. Dan igual los textos y la literatura de los últimos mil años, a menudo recuperados y reeditados, o que García Arias publique un diccionario etimológico donde documenta el origen de cada una de las palabras. Todo da igual porque a los cinco minutos te vuelves a encontrar a algún columnista, intelectual o todólogo proclamando que en Asturias jamás se habló otra cosa que español.
El tiempo juega a favor de los negacionistas: a medida que se pierde el asturiano, a medida que van muriendo los viejos en los concejos más remotos, resulta más y más fácil negar esta palabra o aquella construcción, hasta el día que proclamen, triunfantes, que "la mi fía" era un invento de los nacionalistas. Son muchas las lenguas europeas que se han extinguido en tiempos recientes, pero al menos los jacobinos franceses reconocen que el bretón existe y que es una lengua distinta del francés. En Asturias, en cambio, se nos muere el asturiano entre las risotadas de los que esperan, impacientes, su desaparición para borrarlo incluso de las páginas de la historia.
Contaba uno de los investigadores que recorren los concejos anotando la toponimia tradicional, como a menudo los propios vecinos te dicen "nosotros al pueblo llamámoslo Cuideiru (o Veiga o Llugarnovo) pero llamar, llámase Cudillero (o Puerto de Vega o Lugarnuevo). Es decir, los propios hablantes niegan su idioma incluso mientras lo hablan. Es como el gato de Schrödinger, que a la vez existe y no existe. Es, en realidad, el temor y el complejo de inferioridad, inculcados durante siglos por el estado en la mente de los asturianos. Es la famosa "imposición", la que tanto temen los antiasturianos cuando se trata de una lengua no castellana.
Oponerse a la cooficialidad del asturiano, la cual significaría simplemente cumplir con el artículo 3 de la Constitución, con el argumento de que sería una medida autoritaria o que supondría una "imposición", en un país como Asturias donde el castellano se ha impuesto desde arriba, con toda la fuerza del estado, a costa de la humillación y la discriminación de miles de asturianos durante siglos, es de una hipocresía obscena. Y acusar al movimiento por la oficialidad, que lleva cuarenta años exigiendo, con civismo ejemplar y paciencia de Job, que los asturianos gocemos de los mismos derechos que los gallegos o los valencianos, acusarlos de ser poco menos que el germen de ETA, es peor que obsceno: es sembrar cizaña, es buscar la división en una sociedad que vive en paz. Es hacer el trabajo del demonio.
Al menos, de vez en cuando son sinceros: después de tantas monsergas sobre "el coste de la cooficialidad" o "el temor a la imposición", alguien admite que de lo que se trata es de evitar la disgregación de España. Se trata del temor neurótico a unos imaginarios enemigos de la unidad nacional. Se trata de que, en el reparto del 78, a los asturianos nos tocó entrar en el lote de los "países castellanos", y estamos destinados a convertirnos en el Albacete del Cantábrico, asimilados y homogeneizados.
No soy optimista respecto al futuro. Pero al menos, que por una vez se oiga la verdad.
José Cristóbal García Pérez, Piedrasblancas (Castrillón)
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