EQUILIBRIO EN ASTURIAS
¿Es posible alcanzar en Asturias un equilibrio entre la actividad industrial "tradicional" y el "entorno natural"?
Esta pregunta encierra varias trampas o incongruencias. En primer lugar considera implícitamente que existe o puede existir un equilibrio ideal, perfecto, indiscutible, en el que los moradores de Asturias en determinado momento histórico coincidan con esa apreciación, cosa del todo imposible porque en casi cualquier aspecto de la vida en sociedad existen discrepancias, diferencias de valoración entre unas y otras personas, incluso un mismo individuo cambia de opinión, de gustos, a lo largo de su vida o de un momento para otro. Los equilibrios en cualquier sociedad son siempre dinámicos y muy complejos, equilibrios que están mutando continuamente con el paso del tiempo. La sociedad asturiana actual (concepto simplificador y engañoso de por sí) no es igual que la de hace unos años, y será diferente en el futuro. Es evidente que pasar de una economía de subsistencia basada mayoritariamente en la actividad agrícola y ganadera, a una con destacada presencia del sector industrial (básico y de empresas transformadoras relacionadas) trajo como resultado una elevación del poder adquisitivo medio de la población y la correspondiente mejora del nivel de vida, llegando Asturias a estar, en los años cincuenta del pasado siglo, en los primeros puestos de España en cuanto a desarrollo industrial. La sociedad cambia con el tiempo porque las personas que la integran cambian, y su valoración del entorno también; a principios del siglo XX la apreciación que tenían los asturianos residentes en las comarcas próximas al curso medio y bajo del río Nalón, sobre la circunstancia de que el agua bajase frecuentemente ennegrecida por transportar partículas de carbón desde los lavaderos que concentraban y clasificaban el material, era bastante diferente de la de los asturianos actuales; aquellos veían el inconveniente que suponía para la pesca de truchas y salmones, para el lavado de la ropa en el río, y poco más; incluso para algunos resultaba un recurso aprovechable el depósito de finos de carbón acumulados en las márgenes del río. Podíamos hablar también de los humos de las chimeneas, de fábricas o de viviendas, o de los que salen por los tubos de escape de los vehículos con motor de explosión. El punto de vista de alguien que esté dispuesto a renunciar a las ventajas, comodidades o seguridades de la vida moderna (agua corriente, energía eléctrica, automóvil, teléfono, atención sanitaria rápida, acceso a multitud de bienes y servicios) podría ser favorable a retornar hacia algunas formas de vida de hace unos siglos. Otra persona que, además de no querer prescindir de esos bienes y servicios, perciba sus ingresos mensuales del sector industrial, tendrá otra valoración muy diferente de los cambios deseables. Las normativas legales, las limitaciones o regulaciones que condicionan, entre otras, a la industria tradicional, van cambiando según evoluciona el equilibrio social, según varían los "pros" y los "contras", las ventajas y los inconvenientes de cualquier actividad humana, considerada según los criterios de los propios seres humanos (desde otros puntos de vista, por ejemplo el de las cucarachas, sería otro cantar).
Todo bien o servicio disponible tiene un coste que es suma o consecuencia de otros costes: trabajo humano, medios materiales utilizados, medios financieros, incluso costes ambientales. En un sistema económico capitalista (el único sistema que ha demostrado ser capaz de mejorar las condiciones de vida de la mayoría de la población del planeta) el mercado, como compendio de las acciones u omisiones de los agentes que intervienen en él (consumidores, productores, "influencers", instituciones,...) traduce los costes explícitos en precios para cada bien o servicio. Para que la citada estructura económica se mantenga, cada individuo (o por lo menos una mayoría) una vez independizado del entorno familiar en el que se haya criado, debe aportar algo útil a la sociedad en la que vive, algo que ésta valore positivamente y por lo que sea retribuido, de manera que pueda ser consumidor de lo que, a su vez, han producido otros. También existen otros costes, menos evidentes, como por ejemplo las molestias que puede acarrear la instalación de una factoría de celulosa para fabricación de papel (o cualquier otra) cercana a nuestro domicilio de residencia, molestias que pueden ser insignificantes para aquella persona que trabaje o aspire a trabajar en esa fábrica.
La globalización de la economía, el desarrollo de un mercado mundial cada vez más interrelacionado por las mejores comunicaciones (físicas y de intercambio de información) ha conducido a que los yacimientos carboníferos, que todavía existen en Asturias en gran cantidad, hayan dejado de ser rentables, debido a la competencia de otros productores externos. Esa misma globalización nos permite disponer, a precios accesibles, de teléfonos móviles de última generación fabricados, por ejemplo, en China, y con el dinero que pagamos estamos compensando, entre otras cosas, la parte proporcional de costes ambientales percibidos como tales por los chinos afectados. La clave está en saber aprovechar los recursos disponibles mejor que los competidores (desde la inteligencia, la creatividad o el esfuerzo de las personas hasta cualquier otro elemento natural que se nos ocurra) lo cual contribuye a la riqueza global de la sociedad: más y mejores bienes y servicios, con precios que tienden a la baja, o lo que es lo mismo, accesibles para un número creciente de personas. Los inconvenientes de todos estos procesos productivos, hablamos en general de la contaminación o de las molestias que producen, en cuanto se empiezan a percibir como costes, se tienden a compensar y a minimizar. En la actividad económica general, la iniciativa privada, particular, suele ser más eficiente que las directrices de los responsables a cargo de la Administración de turno (cada uno de nosotros está más conforme si decide lo que hace con su propio dinero) pero es evidente que también se necesita la intervención de instituciones públicas que controlen y orienten las actividades particulares para evitar perjuicios sociales, que proporcionen ciertos servicios para la comunidad que no se adaptan a las leyes tradicionales del mercado, y sobre todo que salvaguarden las libertades y derechos individuales, como el derecho de propiedad (material o intelectual) imprescindible para seguir creando riqueza. También es factible, como de hecho ocurre, limitándolo a un cierto porcentaje de la población y durante un tiempo, mantener una postura parasitaria, sólo recibiendo sin aportar nada valioso para otros.
Según los datos recogidos en un artículo reciente (Velarde Fuertes, LNE, 4/5/2018) tomando como referencia la renta media y el Producto Interior Bruto por habitante, la evolución de la situación económica general de Asturias en los últimos años fue la siguiente:
En el año 2006 la renta media en Asturias representaba el 93% de la renta media de la Unión Europea (UE 26), en el año 2015 llegó al 79%. En el 2006 Asturias ocupaba el puesto 11 dentro de las comunidades autónomas españolas, en el 2015 bajó al 12. También comparando con el resto de comunidades, respecto al PIB por habitante, Asturias pasó de un 92% (con la referencia del 100% de España) en 2008 a un 86,6% en 2016. Los datos se corresponden con una tendencia hacia el declive económico provincial (con el añadido de la pérdida de habitantes).
Otra "trampa" de la pregunta del encabezado es entender el entorno natural como un ente casi con vida propia, teniendo la idea de una Naturaleza que no debiera ser alterada por la actividad del ser humano, habitualmente considerada como algo no natural o antinatural. El ideal de Naturaleza para algunos, sólo se conseguiría con la desaparición de la especie humana o, por lo menos, con la vuelta a tiempos prehistóricos. El paisaje actual de Asturias que se oferta a los turistas reales o potenciales como "Paraíso Natural" es consecuencia en gran medida de la actividad agrícola y ganadera de los últimos siglos.
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