Una incómoda llamada.
Cuándo al amanecer, mientras nos arreglamos, vamos pensando quizás lo que tenemos que hacer; pero no pensamos nunca que puede que no lleguemos a terminar el día.
Cuándo con meses de antelación vamos preparando, con gran ilusión, nuestras vacaciones; tampoco pensamos nunca que estás puede que no lleguen para nosotros.
Cuándo preparamos una boda, un aniversario u otro cualquier acontecimiento lógicamente pensamos en los invitados; pero no pensamos que alguno de ellos puede no llegar a estar.
Ciertamente es lógico no pensar en ello; aunque ello, lógicamente también, pueda suceder.
Conforme van pasando los años, cada vez nos vamos dando más cuenta qué árboles en plenitud de vida caen y muchos tristemente antes de lo esperado.
Y esto nos debería de hacer pensar que la muerte está a la espera y no nos va a pedir permiso para llegar, ni vamos a poder evitarla.
¡La muerte llegará! Y será: cuando Dios quiera, como Dios quiera y dónde Dios quiera; y tendremos que atenderla y hacerle frente y responder.
En este día, Dios con un abrazo de pasión continuado nos recibirá; y nos llenará de besos, de cariño, de infinito amor.
Pero es bueno, muy bueno, que para este momento trascendental, sublime, excelso, estemos preparados.
Pues si Dios nos encuentra despistados, o contrariados, o en una actitud de evidente rechazo... ¿Que podrá hacer?
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