Fin del paisaje invernal y la melancolía
Ya hemos dados portazo al paisaje invernal, con árboles desnudos, nieblas persistentes y luz dosificada, que desencadena sentimientos que aturden a los pensamientos y aguza una sensibilidad que nos inunda de profunda tristeza. Parece que los árboles se mueren y se quedan literalmente desnudos, tal como le ocurre al ser humano. En ese dorado atardecer se contempla la caída silenciosa de las hojas, al mismo tiempo que parece que nos invade progresivamente una sensación que nos ayuda a comprender cómo muchas personas mayores experimentan este sentimiento tan angustiante e invalidante, porque cada vez hay menos gente en su entorno, menos comunicación, menos vínculos afectivos y menos relaciones sociales, lo cual los lleva inexorablemente a una situación de riesgo, de mayor riesgo de padecer la enfermedad de Alzheimer. Tal vez la soledad patológica vaya apagando palatinamente la llama de la vida que permite el mantenimiento integral de las funciones superiores, inteligencia, memoria, lenguaje, atención y pensamiento.
Ahora comprendo por qué el período otoño-invierno es época de arrebatadas melancolías. Contemplando esas hojas amarillentas del sauce o del chopo, cómo se arremolinan impetuosas con el viento en la desangelada y umbría paz del bosque, se humedecen los ojos, que empiezan a expresar en sintonía con la naturaleza (de la que formamos parte) la tristeza del organismo. La gélida sorpresa y el desconsuelo de este paisaje desnudo nos dejan sin palabras y nos empujan a lo más profundo de nuestro psiquismo. El paisaje desnudo nos dice que hemos llegado hasta aquí con ayeres al hombro, enlutando nuestro ánimo y embalsamando recuerdos. No obstante, en este vendaval de nubes grises, de paisajes desnudos y de lluvias, se abre de nuevo la esperanza, tal vez algo que no entendemos y que trasciende nuestra propia existencia. Probablemente la disminución de la luz solar, con cielos cárdenos al ocaso y amaneceres malvas y grises, termina por afectar al organismo, dando lugar a un mayor deseo de dormir, a una falta de motivación y a un incremento de la ira. Es posible que una mayor producción de melatonina, liberada por la glándula pineal sea estimulada por la oscuridad, por eso nos sentimos más aletargados. Además, con la llegada del otoño y del invierno, con una luminosidad ambiental reducida, aparecen síntomas como irritabilidad, hipersomnia, tendencia al retardo psicomotor, anergia, aumento del apetito con especial apetencia por los hidratos de carbonos o los dulces, decaimiento, cansancio físico, ansiedad y somnolencia.
Por otro lado, es la melancolía una expresión de que somos criaturas limitadas y de que percibimos la cercanía del infinito. Otoño e invierno forman un bosque de preguntas desatadas por esos paisajes y esa música sorda que bate los días y, precisamente, en esa bruma se despierta la fragilidad humana y el absurdo de la existencia. El hombre se enfrenta con la cruda realidad, que advierte en el caer de las hojas, en los árboles desnudos y en el crepúsculo otoñal; ahí identifica su propio declive y debilidad. Caerá la noche y hará frío hasta la madrugada, la neblina se siente y una extraña melancolía se apodera inexplicablemente de nuestro cuerpo. El invierno se nos presenta como un cansancio luminoso, como desierto de huellas, como estación sin tiempo, como fulgor que despide la luz al apagarse. Nos adentramos en meses que parece que no tienen fin, por muchos puentes que los surquen, con bosques que se impregnan de colores, como los hayedos rojos de sangre. Parece que todo se acaba, caminamos por esos senderos de hojas muertas arrancadas por los golpes de viento.
Todo parece que cambia, todo parece que se detiene. Los seres vivos contienen sus alegorías y presenciamos su mutismo lejos de la algarabía de la primavera o el verano. Quizá, por eso seamos más vulnerables y el fantasma de la limitación del tiempo y de la muerte desencadene una cascada de sintomatología depresiva. Tal vez por eso la gente dice que el otoño es época de «depre», que las «depresiones son para el otoño». Las noches se hacen largas y los días grises. Surge paulatinamente esta melancolía otoñal e invernal que produce un desequilibrio en los estados de ánimo. Brota el hastío, la monotonía del reloj, la distancia, la extrañeza, la desconfianza y la fuga. Cerca de cinco millones de personas en este país sufren de depresión, que es mucho más que la gripe aviar.
Además, las depresiones son la causa del 80% de los suicidios, y en España la tasa de suicidios ronda la cifra de 5.000 al año. Sin duda, la disminución de la luz solar en la estación otoñal produce cambios drásticos en nuestro reloj biológico, alterando el patrón de respuesta fisiológica (comer, dormir, temperatura corporal, presión arterial, etcétera) ante los cambios de luminosidad. Por eso, aumenta la producción de melatonina, al tiempo que disminuyen los niveles de serotonina y, en consecuencia, se modifican los estados de ánimo, produciendo en personas especialmente vulnerables las temibles depresiones y la ideación suicida. Estas conductas autodestructivas se han convertido en un grave problema en los países occidentales, tal como se refleja en las más de 100.000 muertes que se producen en Europa al año. El cambio de estación es causante de esta tristeza propia del otoño que es conocida como «depresión otoñal» o «síndrome afectivo estacional». Algunas personas advierten que con la llegada del otoño su estado de ánimo decae, a tal punto que se produce un «bajón» en la iniciativa y la energía vital. Asimismo, comienzan a preferir los alimentos dulces (ingieren dietas hipercalóricas), especialmente el chocolate, aumentan su peso y muestran una ansiedad o tristeza exageradas.
Subtítulo:Enfermedades y trastornos derivados de la disminución de la luz solar
Destacado: Hasta un 5 o un 10% de las personas adultas sentirán en los meses de otoño e invierno cansancio, letargia, desesperanza, desánimo, frustración y disminución de la actividad
Destacado: Es imprescindible saber soltar la tristeza, la desilusión, la culpa y el miedo, mostrando cada vez más sonrisas y potenciando pensamientos positivos que neutralizan la depresión
Igualmente, se desinteresan por las relaciones sociales y se produce una gran alteración de su carácter (especialmente la irritabilidad). Hasta un 5 o un 10% de las personas adultas sentirán en los meses de otoño e invierno cansancio, letargia, desesperanza, aislamiento social, desánimo, frustración y disminución de la actividad. Son trastornos afectivos estacionales que tienen una mayor incidencia en la mujer, sobre todo, entre los 20 y 30 años de edad y, especialmente, aquellas que tienen una mayor predisposición o vulnerabilidad. La reducción de horas de luz y la llegada del frío se encuentran entre los factores desencadenantes de este trastorno psicológico. Así, pues, la enfermedad afectiva estacional es de frecuencia mayor cuanto más alejada esté la población del Ecuador.
La disminución de la exposición a la luz en otoño y en invierno desencadena la alteración del reloj biológico humano. La nostalgia invade los pensamientos y pronto también lo harán la angustia y la pena. Posteriormente, la persona se queja de desmotivación, sensación profunda de tristeza, reducción del tono vital, limitación de la energía física y psíquica (anergias), graves problemas de concentración, alteraciones del sueño, sentimientos de culpa y de incapacidad, ideas de muerte, quejas somáticas, irritabilidad, problemas alimenticios y disminución de la libido o del apetito sexual. Generalmente estos episodios depresivos comienzan hacia finales del otoño y primeros meses del invierno y desaparecen durante los meses de verano. Se trata, por lo tanto, de una depresión endógena que no tiene un motivo desencadenante en los factores genéticos del paciente. La causa se encuentra en nosotros mismos.
La disminución de la luz solar, propia del otoño e invierno no sólo afecta al ánimo de las personas, sino que también, en algunos casos, puede exacerbar los síntomas y complicaciones de otros trastornos como la hipersomnia, el trastorno disfórico premenstrual y la bulimia. La disminución de la luz es, por lo tanto, el estímulo que desencadena este trastorno que se repite año tras año y que desaparece espontáneamente con la llegada de la primavera o con el cambio de hemisferio. Sin duda, el principal tratamiento es la luz. Sentarse donde dé el sol alivia el malestar de muchas personas. El tratamiento de luz, natural o artificial, es más efectivo si se aplica en horas de la mañana. La luz entra en los ojos no sólo para estimular la visión, sino para estimular nuestro reloj biológico en el hipotálamo, un centro que controla el sistema nervioso y que interviene en la mayoría de las funciones reguladoras de nuestro organismo y en el control emocional.
En la actualidad, hay compañías que fabrican luz fluorescente con todo el espectro de luz, para ser colocadas en escuelas y lugares de trabajo y conseguir un ambiente laboral más estimulante. Otros tratamientos incluyen la administración de melatonina para aliviar el insomnio y otros compuestos que elevan los niveles de serotonina en el cerebro. La persona predispuesta a este tipo de desorden tiene que conseguir que su hogar sea más luminoso, abriendo las cortinas, podando los arbustos o árboles que den sombra a las ventanas, cambiando las bombillas por otras de más intensidad y pintando las paredes de colores más claros. Pintar, dibujar, escribir sobre las experiencias de verano o refugiarse mentalmente en escenas de luz, colorido y alegría también contribuyen a hacerle más feliz.
Vestirse con colores más vivos y realizar ejercicio más sistemáticamente también contribuye a disuadir este síndrome melancólico. El tratamiento psicoterapéutico es igualmente importante; el trabajo de escucha, comunicación e interpretación del pensamiento (penas, dudas, miedos, preocupaciones, etcétera) es esencial para frenar la sintomatología depresiva. Es imprescindible saber soltar la tristeza, la desilusión, la culpa y el miedo, mostrando cada vez más sonrisas y potenciando pensamientos positivos que neutralizan la depresión. Por supuesto, escuchar, ser empático, demostrar toda la preocupación necesaria y proporcionarle todo el apoyo para ayudarle a afrontar el conflicto y entrenarle en habilidades y estrategias fundamentales para ayudar a la persona que está triste o deprimida es esencial para disolver la intensidad de la niebla de la depresión. Seremos más fuertes, claros y felices en nuestra vida si ganamos conciencia de nuestros pensamientos positivos y negativos, ya que esto nos posibilita hacer cambios de forma consciente. Procurar ser optimista y encarar la vida desde la afirmación, no desde la carencia. Pensar en términos de suficiencia nos permite sentirnos bien e identificar el paisaje otoñal con nuestros desafíos, retos e ilusiones; en definitiva, un compromiso integral con la vida.
El desarrollo de grupos terapéuticos de soporte y ayuda mutua es esencial; en ellos el paciente comparte con otras personas que han sufrido lo mismo y que hablan el mismo lenguaje las experiencias, los sentimientos, los miedos y los síntomas depresivos. En el seno de estos grupos terapéuticos la persona es aceptada plenamente, se evitan juicios y valoraciones, se facilita la comunicación más genuina y auténtica, lo cual implica que va transformando progresivamente su manera de percibir los conflictos y la realidad, y, por consiguiente, potencia su autoestima, pieza clave en cualquier persona perdida en la ciénaga de la depresión. En todo caso, la comprensión, afecto, empatía y capacidad de ayuda por parte de su pareja, su familia y sus amigos serán cualidades esenciales para recuperar la energía vital perdida.
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