El Corpus Christi, bondadoso pelícano
El pelícano es un ave acuática y palmípeda de gran tamaño, con el pescuezo largo, que vive en las regiones tropicales, anida en el suelo y se alimenta de peces cogidos a nado. Tiene un pico muy largo, bajo el cual presenta una bolsa que sirve para almacenar los peces y comenzar su primera digestión.
Se le ha considerado símbolo del amor maternal porque, cuando aprieta con el pico para que los polluelos puedan ingerir parte del pescado almacenado en su bolsa, dan la impresión de que se rasgan el pecho para alimentarlos. Es también un símbolo frecuente en la iconografía cristiana sobre la caridad, por esa misma apariencia. Además, el “Divino Pelícano” es una denominación mística de Jesucristo presente en el sacramento de la Eucaristía, donde se da a Sí mismo como alimento de los fieles creyentes. Esta figura es muy antigua, pues ya en el s. XIII Tomás de Aquino lo cita como “bondadoso pelícano” en su famoso himno “Adoro te devote” (Te adoro con devoción, Dios escondido...) dedicado a la Eucaristía.
Ahora los cristianos celebramos el Corpus Christi, que es la fiesta cristiana solemne de la Eucaristía y tiene una larga tradición de más de seis siglos. Es una fiesta popular, organizada por la Iglesia y con un contenido de claro fondo religioso en una invitación que trata de acercar a los fieles una realidad sobrenatural, pues “...comulgar con el cuerpo y la sangre del Señor viene a ser, en cierto sentido, como desligarnos de nuestras ataduras de tierra y de tiempo para estar ya con Dios en el Cielo, donde Cristo mismo enjugará las lágrimas de los ojos y donde no habrá muerte, ni llanto, ni gritos de fatiga, porque el mundo viejo ya habrá terminado” (San Josemaría, en Conversaciones).
Pero no es sólo eso, porque la Eucaristía otorga la gracia de Dios, que fundamenta y hace posible también luchar por una vida más digna, más amable a la sociedad a la que se pertenece. Usando la misma cita anterior, unas líneas más adelante, se lee ”... allí donde están vuestros hermanos los hombres, allí donde están vuestras aspiraciones, vuestro trabajo, vuestros amores, allí está el sitio de vuestro encuentro cotidiano con Cristo. Es, en medio de las cosas más materiales de la tierra, donde debemos santificarnos, sirviendo a Dios y a todos los hombres”. Lo que se da a Dios repercute también de modo necesario en los demás e incluso en uno mismo. Al fin y al cabo, el pelícano del que hablamos no lo es si no es bondadoso, pero tampoco llegaría a ser bondadoso si no fuese pelícano.
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