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Alea iactanda est

17 de Junio del 2018 - Julio Luis Bueno de las Heras (Oviedo)

De entre las muchas sorpresas y no menos interrogantes que nos suscita el difícilmente catalogable Gobierno con el que se ha adornado -y con el que nos obsequia- don Pedro Sánchez, empieza a expresarse el genoma resultante de la extraña coyunda de la que se alumbró la cosa.

No sé si se nos avecina una transición energética, una transducción climática o diversas formas de transferencia y transformación competencial, o si terminaremos siendo puestos en órbita (que no deja de ser una amenaza fantasma para quienes, por edad, aún recordamos la triste condición de países satélites). Lo que sí parece cierto es que sobre nuestra turbada existencia pesan profecías que desconocemos, crípticamente garabateadas -por profetas que tampoco conocemos- en forma de escrituras arcanas (custodiadas en templos, palacios o búnkeres; archivadas en clubes, consejos, logias y cloacas, o colgadas en nubes), sentencias que nos condenan a vagar por desiertos durante tiempos muertos de cuarenta años. Pero no una vez, sino dos, tres o las siete que prescribe cualquier profecía que se precie.

Triste sino. Agridulce la sensación la de marionetas y guiñoles. Miserable condición la de los rebaños que se creen pueblos elegidos.

Está claro que a lo largo de la historia, sobre todo de las historias dotadas de pastores-guía, mangas estabuladoras y abrevaderos (blindadas por leyes para adiestrar el recuerdo y reconducir la desmemoria, o para amordazar la discrepancia del dogma y la disidencia sin la bula consustancial al carné de progresía), quienes destruyen las repúblicas y pierden las guerras pueden terminar idealizando unas (en mitología inyectada en vena desde el parvulario) o ganando las otras (en la cómoda revancha diferida). Y -y a esto quería ir- que quienes no hicieron o abominaron de las transiciones civilizadamente consensuadas quieran -y puedan- imponer marrulleramente su “relato” y sus obsesiones sectarias de rupturas eternamente pendientes. Así es que llevamos tiempo entrando subrepticiamente en la Re-Transición, o la Re-Contra-Transición política hacia ese Tiempo Nuevo de las Profecías invasivas. Quizás ahora se haga a cara más descubierta o con careta más amable y “menosh” vergonzante. En todo caso, nuevo encarrilamiento al apartadero de la evolución para una España con taras recurrentes, incapaz de madurar de una puñetera vez, ensimismada en una inacabable, cargante e impotente pubertad; todo el día de Dios (y del diablo) mirándonos el ombligo (y otras partes) para tratar de columbrar nuestra verdadera entidad e identidad en la vida, en eterna rabieta/espectáculo que nos impide centrarnos en trabajar, en ejercer la profesión de pueblo-país-nación-estado supuestamente maduro, capaz, libre y moderno. Autorrespetado y respetable. Sin complejos y sin motivos para tenerlos.

En todas las religiones las profecías suelen cumplirse porque los talibanes las consideran órdenes y los panolis las obedecen. En todas las políticas las mentiras se convierten en verdades a base de repetirlas. Y cuando la política es de izquierdas -donde, recordarán, nació este cínico y repugnante dicho- toda verdad viene, además, revestida de ínfulas de legitimidad inmanente, imperativo ético y anatema de incrédulos. Y en este contexto acabamos de oír a la ministra de Transición a Taifas que la reforma constitucional es “urgente, viable y deseable”: o sea, una necesidad vital que está en el clamor popular.

Vale. Contrastémoslo.

Y en el supuesto de que así sea, ¿está segura la señora ministra -y lo están las cabezas que dirigen las manos que mueven su mecedora- de que las reformas que, desde el pueblo soberano, querríamos introducir en la Constitución van en la línea que la señora ministra tiene en mente? No vaya a ser que a alguien, en algún momento, en alguna parte, se le haya ocurrido que la reforma de la Constitución debe ir precisamente en la dirección que vienen marcando desde siempre terroristas, golpistas y demás gurús y sus hordas.

Supongo que no, ¿verdad? Que Dios me perdone por pensar tal locura. Pero... ¿y si sí?

Por eso, por si acaso, ¿por qué no nos dedicamos -los ciudadanos españoles- a pensar un poco en ello, a trabajarnos nuestro derecho a ser ciudadanos libres, iguales y tal y tal, en todas las etapas que nos conciernen del proceso legislativo, en lugar de lamentarnos luego de las sorpresas -generalmente desagradables- que nos depara la compleja armonización del espíritu, la letra y la lectura de las leyes con su aplicación y con sus consecuencias en cascada jurisprudencial? No lo dejemos para patéticos, impropios, estériles y extemporáneos lloriqueos a toro pasado (que ejemplos estamos viviendo, solos o en manada). Impliquémonos en el tema, que se nos viene encima, que no es trivial ni pasajero: una reforma constitucional con to-das las sí-la-bas. Y en el riesgo que conlleva que sea una reforma subrepticia y -ahora que tanto estamos por el mimetismo identitario- una reforma “amagüestá”.

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