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Otra semblanza del doctor Mosquera

13 de Marzo del 2010 - María Begoña Rodríguez González (Vigo (Pontevedra))

He leído estos últimos días varias cartas de homenaje al doctor Mosquera, jefe de servicio en el Instituto Nacional de Silicosis, en Oviedo, y su lectura no hizo más que impulsarme a escribir estas líneas que, en la misma dirección, proporcionarán otra visión las más de las veces desconocida, de los grandes hombres. Y es que, de no hacerlo, aparte de ser una ingrata, es seguro que me iba a arrepentir.

Debo decir que lo conocí allá por el año 1968, cuando, aquejada de una inusitada reacción alérgica a la vacuna de la viruela, mi padre, en un ejercicio responsable de la patria potestad, autorizó, por esa vez, que «aquel acompañante habitual» de su segunda hija, al parecer médico, me visitase en casa aunque sólo fuese por unos minutos. Desde entonces y hasta el mismísimo día de hoy, ha sido y es el médico de nuestra familia, o sea, también la suya. Todavía tengo recuerdos de un pasado ya lejano, en el que en mi casa se comía pescado azul mejor que blanco, o se completaba la dieta con algunas nueces e incluso un poco de vino (él, que era abstemio recalcitrante, dejó de serlo alguna vez) cuando nadie a mi alrededor lo hacía, porque así nos lo había aconsejado.

Podría pensarse que nos ciega «la relación propia del parentesco», pero puedo afirmar rotundamente que no es así. José Antonio ha sido un referente para todos nosotros, no sólo en cuanto a su integridad y amor absolutamente desinteresado a su trabajo, pues le he visto apasionarse con cosas aparentemente nimias, es minucioso hasta el extremo y no deja nada al azar. He sido testigo de que alguno de sus «mires» ha contado que trataban de engañarlo con resultados falsos de un paciente y en las sesiones clínicas nunca fueron capaces de «pillarlo»: «Imposible, repite la analítica», les decía. En otros casos, cuando nos visitaba, normalmente en vacaciones, y le hacíamos alguna consulta que previamente sus propios colegas habían diagnosticado de una manera clara o, por el contrario, absolutamente oscura, él entonces formaba su propio juicio clínico. Para ello tenía en cuenta la proximidad de la relación familiar con su «coyuntural paciente» y formulaba de forma delicada una sugerencia o una recomendación sin imponer su criterio. Si en un principio aquéllas eran rechazadas como poco probables por otros especialistas del ramo que fuese, no obstante, terminaban siempre –sí, siempre y siempre– cumpliéndose. «¡Este Mosquera no dejará de sorprenderme nunca!», he escuchado decir personalmente a alguno de sus compañeros. Por supuesto, él achacaba a la casualidad tales aciertos, pues la humildad es otra de sus cualidades, junto con la de dar su opinión sólo cuando se la piden.

También somos testigos de que, aparte de su probada valía en el mundo de la medicina, que es realmente su pasión, este berciano criado en Galicia –buena prueba de ello es su ironía fina– cuenta asimismo con un vasto bagaje cultural que se extiende a otras ramas del saber como la historia (seguramente le aprovecha su prodigiosa memoria), la biología, la literatura, la agricultura, la apicultura; e incluso gusta de atender a algunos animales a los que ha adoptado y forman parte de su vida, entre otras aficiones, como la pintura de paisajes y retratos. Sí, podemos afirmar que Dios ha sido generoso con él.

Por todo ello, al final de una etapa de su vida profesional, creo que el doctor Mosquera se merece que hagamos público nuestro agradecimiento y afecto personal, en vez de dar por sentado que ya lo sabe, puesto que la gratitud no es una virtud frecuente, sino más bien al contrario. Eso sí, está visto que no en su caso, habida cuenta de los que me consta que le han formulado personas desde los más diversos ámbitos, lo cual le engrandece más, precisamente por ello. Eso sí, estamos seguros de que en la nueva «andaína» que ahora emprende, llena de proyectos, algunos ya iniciados, otros por iniciar, todos nosotros nos veremos de una u otra manera beneficiados y, por supuesto, lo acompañaremos en ella porque su éxito consiste en conseguir lo que desea, y su felicidad está en disfrutar de lo que consigue.

María Begoña Rodríguez González

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