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La peineta de un... dictador

3 de Marzo del 2010 - Ana María Losada Menéndez (Oviedo)

Una lengua impuesta por la fuerza jamás llega a ser amada. Una bandera que ondea en un mástil que se clava en otras banderas no puede pretender que sean aires libres los que la mezan. Un patriota que lucha por construir una patria sin lugar para los que piensen distinto de él, es un dictador. Y un dictador es alguien que teme los pensamientos ajenos, que sufre de vértigo si le contraedicen, un enfermo cuya fiebre se dispara más allá del límite de los 40º (grados) ante derechos y libertades que no sean los suyos.

Tristemente, la historia nos ha regalado "joyitas" de ese tipo desde antiguo, tiranos ejerciendo tiranías desde los tronos más fríos y déspotas, empeñados en adornar la patria con símbolos grotescos, con escudos, con cruces gamadas, esvásticas... y con estrellas que nunca eran las del cielo. Colocaban enormes estandartes en las calles, fumigaban la gracia y la alegría de las aceras, prohibían la risa con edictos y establecían por decreto, que el saludo ya no era el abrazo, el beso o un amable apretón de manos, sino un marcial y ridículo movimiento de brazo y pie, al que ni la música, con todo su poderío rítmico y armónico, consiguió poner compás jamás.

Y se inventaron una guerra a su medida, se inventaron las causas, se inventaron el enemigo, e incluso inventaron geografía; pero lo peor vino cuando inventaron su arma más poderosa: el miedo. Y perfeccionaron esa arma, afilándola con fanático afán, y luego se senaton a disfrutar contemplando la efectividad de su uso.

Pero los que ellos creían obediencia era solo silencioso temor; lo que postulaban com oesplendor glorioso, relucía únicamente en sus espuelas y sus insignias. Y entre tanta confusión olvidaron que la patria es tierra, y que la tierra, antes que tierra es pueblo, y el pueblo puede callar, pero resiste y sabe esperar y confiar en sí mismo. El pueblo es íntimo amigo de la esperanza y el respeto, y sabe que sus alegres tradiciones nacen de su corazón, y nunca, nunca obedeciendo a la violencia.

Los viejos dictadores, los de altas botas lustradísimas, desfiles trasnochados y bigotitos rancios, se fueron muriendo. Para su sorpresa, la eternidad no les pertenecía, y todos respiramos mejor. Pero nuestra dicha duró poco, porque por todas partes salían, surgieron alumnos aventajados de aquellos maestros del miedo. Claro que los nuevos cambiaron uniformes por peinetas, por ejemplo, e inventaron nuevas causas que tan solo encubren las antiguas, y si no se sientan en tronos fríos, es solo porque ya no se estila. Sin embargo todavía hoy mantienen bien afilada aquella vieja arma, y desde luego la utilizan incluso más sutilmente que sus antiguos profesores del terror.

Su consigna favorita sigue siendo la misma, "viva el miedo", y así se lo seguimos oyendo gritar a los cuatro vientos, todo a lo largo y ancho del planeta, cada vez que salen de sus escondrijos.

Y no saben debatir en los parlamentos, luchando así para defender sus ideas, porque para ellos la discusión y el debate, o sea, la palabra, sobra. Aunque hablen de ideología, autodefiniéndose salvadores, y aspiran a que todos nos arrodillemos ante sus chantajes y amenazas y si alguien les contradice tienen en su vulgaridad ponerse "la peineta" y así estos modernos dictadores fratricidas se regodean en el dolor que inflingen.

Ana María Losada Menéndez

Oviedo

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