Una España a la deriva
El laicismo sube como la espuma. A partir de lo establecido en el ordenamiento constitucional en materia de libertad religiosa, Pedro Sánchez toma el relevo gubernamental prescindiendo de raigambres religiosas: el cristianismo. Ahora es suficiente prometer apoyando la mano en la mesa donde está abierta la Constitución. Como se dice que España es un Estado aconfesional, desaparece todo credo.
Y es que en la recurrente osadía subyace la torpe contradicción. Vivimos en un país donde cada vez más ciudadanos rechazan cualquier religiosidad y, sin embargo, se benefician de sus fiestas: todo el mundo descansa en Navidad, Semana Santa, la Inmaculada y la Asunción de la Virgen; todos celebran la primera comunión y comen tarta el día de su santo. Es más: nuestro año está determinado por el cristianismo.
Un progreso que en realidad no existe se pone de espaldas a la tradición y desmantela al más puro capricho. Países como Alemania o los Estados Unidos de América dan ejemplo al poner como cabecera la religiosidad: sus “Con la ayuda de Dios” y “En Dios confiamos” son el punto de encuentro y el emblema de unidad para todos sus ciudadanos, independientemente de cuáles sean sus creencias.
Me niego a admitir que una civilización o una sociedad se basten a sí mismas, se yergan solas sin necesidad de unos principios trascendentes. Ser honesto y decir la verdad implica un fundamento de vida que está por encima de lo material, lo estatutario, lo legal y lo civil.
Marco Antonio Molín Ruiz
Huelva
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