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En estricta justicia

26 de Junio del 2018 - Constantino Díaz Fernández (Oviedo)

Muchos somos los que hemos criticado, a veces con excesiva dureza, al recientemente defenestrado presidente Rajoy. Le hemos tildado, sin ninguna conmiseración, de estafermo, ignavo, aranero, embaidor, tartufo, dizque corrupto y así hasta un largo etcétera de descalificativos con los que, con mayor o menor justicia, se ha pretendido reflejar el desencanto que su gestión al timón del Gobierno de España había causado en una gran parte de la ciudadanía, e incluso entre muchos de los que en su día habían contribuido a que alcanzase el poder. El duro castigo al ser desahuciado de forma fulminante de la Moncloa no ha sido más que la capitalización de sus muchos errores por parte de un avispado Sánchez que, a pesar de su exigua representación parlamentaria, encontró en la debilidad del Gobierno del PP la oportunidad para alcanzar el sueño que cada vez se le iba poniendo más difícil. Ahora esperemos que no se haya cambiado el rabo por las orejas y que, durante el tiempo que queda de legislatura, se calme la agitada situación política que veníamos viviendo en los últimos tiempos y que se llegue a las próximas elecciones en un clima de normalidad.

Dicho lo anterior, en descargo de Rajoy y haciendo justicia a los hechos, hay que reconocer que el abandono total de la política, renunciando a todas las prebendas que como expresidente le hubieran correspondido, amén del aprovechamiento que pudiera obtener del bagaje de conocimientos, experiencia, contactos y popularidad adquirida durante sus largos años en relevantes cargos políticos, como bien lo han hecho sus antecesores, reincorporándose, muchos años después, a su plaza como registrador de la propiedad en Santa Pola, como ciudadano de a pie, coloca la cuestión en el centro del debate y, sin duda, da una lección de comportamiento cívico, dejando cojos de argumentos a todos sus anteriores detractores. Por esa sola razón, y con criterio de estricta justicia, hay que admitir que algo bueno tenía guardado el hombre al que tanto hemos denostado, y, sin ditirambos ni alharacas, tenemos que alabar y reconocer. Al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios.

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