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Sí, queremos a nuestros padres

25 de Junio del 2018 - Begoña Fernández Huerta (Pola de Siero)

Enviamos esta carta en respuesta a la carta publicada el día 7 de mayo y titulada “¿Cuánto queremos a nuestros padres?”.

Hemos necesitado un tiempo para poder contestar. El pasado 6 de mayo, Día de la Madre, ha sido el entierro de mamá. Todo era aún muy convulso cuando leímos la carta publicada, quizá por ello nos produjo tanto efecto.

Mamá ha estado en la residencia, ese sitio donde se mete a los padres cuando son para nosotros, según la carta publicada, “un estorbo”. Para nosotros fue un lujo, sólo cruzar la calle, sin salir de su entorno. Allí, en el CPR Valentín Palacio, le dieron todos los cuidados físicos que necesitaba; pero nosotros, sus hijos, nietos y bisnietos, le dimos todos los emocionales. Una persona del propio centro nos dijo: “Os habéis empeñado en que tu madre sea feliz y lo conseguisteis, sólo hay que verla”. Se consiguió, con una actitud de ella y un deseo y empeño nuestro, después de haber ido, previamente, respondiendo con otras alternativas según las necesidades de cada momento. Fue el tiempo compartido con gusto y sin cansancio, con deseo y sin trabajo, con mucha ilusión y sin esfuerzo.

Conocemos personas en nuestro entorno que perseveran en la idea de mantener a su madre en su casa, en la de sus hijos muchas veces, no en la propia, y se les escucha quejas permanentes, llegando a comentar en su presencia, la de su madre, situaciones de la vida cotidiana poco decorosas, con el único afán de demostrar el enorme sacrificio al que están sometidos. También conocemos otras situaciones en las que son los padres quienes manifiestan una insatisfacción permanente hacia la atención que reciben de sus hijos, enarbolando la bandera del “deber y correspondiente obligación”.

Y nos preguntamos: ¿pero qué tiene que ver el lugar? Su casa, la nuestra, la residencia... lo importante es convertir ese lugar en un espacio disfrutable, es vivir de manera comprometida cada momento de su vida en conexión con la nuestra, que esos momentos sean especiales y maravillosos, pues con los padres, al igual que con los hijos, nos debemos comprometer por amor y no amar por compromiso.

Cuando a mamá le preguntamos si le apetecía volver a su casa, nos respondió: “No importa el sitio si siempre estáis vosotros”. Pues eso, no es aparcar, es estar. Estaba en nuestras vidas, con respeto, escucha y dignidad, y si algo hubo que aparcar... fueron actuaciones de nuestras vidas cotidianas, que se convirtieron en prescindibles, nunca a mamá, pues ella para nosotros fue y será imprescindible, por eso nos está resultando tan duro este proceso de duelo.

Otra afirmación que se hace en la carta publicada es la de “sintiéndonos padres de nuestros propios padres”. No, los hijos son hijos y lo serán siempre, los padres son los padres y lo seguirán siendo aun cuando pierdan poder o capacidad para ser autosuficientes. Trastocar este orden es, si se piensa mal, una venganza subliminal y, si se piensa mejor, es el absurdo intento de pagar una deuda que sólo pueden cancelar los hijos y cuya existencia contraría el sentido de amor auténtico.

Por otro lado, así como se considera “aparcar” el ingreso de una persona con dependencia en una residencia geriátrica, nadie, como es lógico, se cuestiona un ingreso hospitalario de los padres a una edad avanzada. Esto es porque se ve urgente prestar una atención ante una enfermedad y no se ve tan necesaria una atención adecuada en el ámbito del bienestar general, la salud y la calidad de vida en un estado de dependencia importante. Ante una situación de dependencia, no siempre el domicilio es el lugar más adecuado para prestar esa atención. Nuestra experiencia ha sido mucho más negativa en una estancia hospitalaria como es Monte Naranco. Un hospital especializado en geriatría que tiene cuatro enfermos por habitación, y barreras arquitectónicas que impiden a la mayoría de los pacientes utilizar el baño, ya sabemos lo que eso conlleva. Con dos colchones antiescaras en una planta de 35 camas siempre llenas. En un ambiente de por sí mucho más hostil y donde la escasez de personal obliga a seguir criterios de organización que no son los mejores para todos los enfermos. Pero claro, ante este ingreso no tenemos que valorar nada, no tenemos que implicarnos tanto para tomar ninguna decisión que supone asumir una responsabilidad, la toman otros profesionales, es un acto automático y, sobre todo, no vamos a ser juzgados por otros de si somos buenos hijos o no lo somos tanto.

Para concluir y contestando a la pregunta planteada en la carta publicada ¿Cuánto queremos a nuestros padres? Papá falleció hace 22 años de una enfermedad fulminante, tanto... que no hubo tiempo a cuidados y atención. Tenía 68 años. Mamá acaba de fallecer con 90 años, no nos planteamos tampoco cuánto la queríamos, porque se lo decíamos todos los días, primero en su casa y después en la Residencia.

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