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Adiós a un querido amigo

28 de Junio del 2018 - Agustín Hevia Ballina

Nos acaba de dejar, para dirigirse a la patria definitiva, mi querido amigo, compañero y condiscípulo en los estudios del Seminario el sacerdote candasín y cura párroco de San Salvador de Perlora, en el arciprestazgo de Carreño, Jesús García García.

Nació el querido amigo Jesús el 6 de junio de 1937 y fue bautizado en la pila bautismal de San Félix de Candás con los nombres de Jesús José Antonio. Recibió el Sagrado Orden del Presbiterado en la parroquia de la Sagrada Familia de Ventanielles, en Oviedo, el día 30 de marzo de 1963. Entregó su alma a Dios el día de la fiesta de San Luis Gonzaga de 2018.

Son tres fechas que jalonan una vida de un sacerdote, que un día recibió, como los apóstoles del Evangelio, una perentoria llamada: “Tú ven y sígueme”. Y Jesús, nuestro Jesús, que conocía mucho del arte de navegar y de las tareas de los pescadores, como Pedro y Andrés o como Santiago y Juan, abandonó las artes de la pesca y cambió las redes por el seguimiento del Evangelio. Y ya no hubo vuelta atrás: dejó de lado una vida de alicientes provocadores para comprometerse con la entrega al ideal que el Señor le planteaba: “Desde hoy serás discípulo mío. Te haré pescador de hombres”. Y quedó ya a la espera de que el Señor le marcara con el sello y el carácter definitivo del sacerdocio para siempre.

Recuerdo como si fuera ayer la tarde-noche del 30 de marzo de 1963. Era una tarde lluviosa. Una Iglesia recién estrenada, obra inspirada por el canónigo don Moisés Díaz Caneja, el Archivero Capitular, recibía a veintitrés jóvenes diáconos, que aguardábamos la gran pregunta que habría de hacernos el obispo, mientras estrechaba las manos de los ordenandos, entre las suyas: “¿Prometes respeto y obediencia a mí y a mis sucesores?”. Y la respuesta del compromiso llegaba vibrante, decidida y comprometedora: “Sí, prometo”.

Allí, Jesús García García, diácono y servidor del Evangelio, sentía derramarse sobre sus manos el crisma de la consagración, experimentaba cómo se desgranaban sobre su alma las palabras consecratorias, cómo en la imposición de manos recibía la acción del Espíritu Santo, escuchando postrado ante Dios Altísimo la plegaria de la Iglesia: “Para que a estos elegidos te dignes ungirlos, santificarlos y consagrarlos, te rogamos, óyenos”.

SUMARIO: En memoria de Jesús García García, el cura de Perlora

Después, en acción pastoral ansiada, fueron llegando y sucediéndose los nombramientos: Santiago de Sama de Langreo; San Miguel de Pajares y San Miguel del Río; Santiago de Llanos de Somerón; San Román de Casomera y San Lorenzo de Río Aller; San Juan de Llamas; San Félix de Valdesoto; Santa Marta de Carbayín Bajo. Más tarde ya vino el acercamiento a su tierra de nacencia: coadjutor de San Félix de Candás, durante diez años. Siguió el nombramiento ya de San Salvador de Perlora (1982 a 2018), con San Lorenzo de Carrió y Santiago de Albandi, más tarde.

San Salvador de Perlora fue la destinataria de treinta y seis años del servicio sacerdotal a una feligresía, que se convirtió para él en la niña de sus ojos. Perlora conoció de los desvelos, de las entregas, de las inquietudes y de las ilusiones de don Jesús.

Allí, en la iglesia esplendorosa de Perlora, recién restaurada y dedicada al Salvador de todos los hombres, acabo de participar con los feligreses en la despedida a su párroco, entrañable amigo don Jesús. Me sentí impresionado, al ver lágrimas aflorando a los ojos de jóvenes y de mayores. Cuando una feligresía llora a su párroco significa que una empatía profunda ha ido formándose con los años. Que un cariño y un reconocimiento a los desvelos del que fue su párroco resulta patente. Don Jesús, podría decirse sin exageración, es un todo con su Perlora del alma. Perlora es también un todo con su párroco, don Jesús.

No puedo menos de tener un recuerdo para otro párroco antecesor de Jesús: don Manuel Alonso Pintado. Al ser depositados los restos mortales de don Jesús en el cementerio parroquial no pude menos de sentir un estremecimiento emocional. La sepultura de don Jesús ocuparía, a la espera de la Resurrección universal, el nicho que está sobre el que ocupan las venerables reliquias de don Manuel. Su nombre y una fecha, la del 20 de agosto de 1936, me trajeron a la mente emociones de un testimonio martirial ofrecido por un párroco, que supo dar la vida de pastor entregado por sus feligreses. No tuvo para los suyos otra preocupación que, a través de sus enseñanzas de catequista eximio, llevar las almas de sus feligreses a él confiados por las veredas del bien obrar hacia los buenos pastos de la salvación eterna. El testimonio de don Manuel, el cura de Perlora, muerto por la fe en Cristo, seguido por el testimonio de hoy de don Jesús, también el cura de Perlora, constituyen dos paradigmas de vivir la entrega a Cristo en el servicio del Evangelio: el uno, con el derramamiento de su sangre, en el seguimiento de su Señor. El otro, con la vivencia del testimonio martirial, vivido día a día, instante a instante, con sus ilusiones y sus fracasos, con sus desmayos y sus tensiones, con entrega total al servicio del Evangelio.

Don Manuel, muy querido y admirado; don Jesús, amigo del alma, condiscípulo sumamente querido; párrocos todos que, a lo largo de los siglos, habéis alimentado la fe de las generaciones innúmeras de feligreses de esta parroquia del Santísimo Salvador, que Dios os recompense con la gloria del cielo, con la bienaventuranza eterna, que Él premie vuestros desvelos por ser continuadores del Pastor Bueno, al que habéis intentado ser fieles, siendo los vuestros, a vuestro lado y con vuestra entrega, auténticos seguidores de Cristo, auténticos cristianos, auténticos seguidores del Evangelio.

Don Jesús del alma, que Nuestra Señora de los Remedios de Guimarán, patrona de Carreño, interceda ante su Hijo Nuestro Señor Jesucristo, para que Él te conceda el premio de la bienaventuranza eterna, te reciba en el banquete perenne de la gloria eterna.

Don Jesús, don Manuel, párrocos todos, gracias por vuestro servicio a esa comunidad perlorense, a la que dejasteis el hermoso legado de la fe, que habéis sabido vivir, a su lado, al servicio de vuestra queridísima feligresía de Perlora. Descansad en paz.

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