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Noreña y sus ánades

2 de Julio del 2018 - José María Izquierdo Ruiz

Este guapo y amable concejo de Asturias consta de tres enclaves dentro del de Siero, uno urbano y dos rústicos. Con sus más de 5.000 habitantes, es el concejo más pequeño y uno de los más densamente poblados de Asturias. El señorío que fue, pasó a condado hasta mediados del siglo XX, pero el nombre de Ciudad Condal ha prevalecido.

Edificios notables son el palacio del Rebollín, en el centro urbano que fue ocupado varios siglos por los obispos de Oviedo y condes de Noreña, y actualmente por los Uría; y el de Miravalles, en las afueras, donde, tras sus numerosos exilios, uno de ellos por haber sido condenado a muerte por el “Rey Deseado”, pasó sus últimos años el importante político y economista somedano Álvaro Flórez Estrada, a quien, a falta de sus restos mortales, Noreña ha colocado una placa con su nombre en el muro del camposanto; además lleva su nombre la larga calle principal que cruza la ciudad, desde el Ayuntamiento hasta el río Noreña y la estación de Feve; el tramo de calles, desde la estatua de Pedro Alonso hasta abajo, es la más densa zona comercial, de restaurantes, cafeterías y demás.

Además de los palacios y de la iglesia, con sus valiosos retablos y pinturas, hitos notables de la ciudad son la capilla del Ecce Homo, de moderna reconstrucción, la Torre del Reloj, del siglo XVIII, el neoclásico Ayuntamiento, el hermoso quiosco de la música y la estatua del benefactor noreñense Pedro Alonso, obra de Mariano Benlliure.

Un gran atractivo de la ciudad, no bastante reconocido, es el río Noreña, sobre todo aguas abajo del puentecillo que está al final de la villa. El río nació en Siero y fue cristianado Lomba, pero al pasar por la ciudad condal, tomó su nombre. Está rodeado por espacios verdes en ambas orillas, con árboles de diversa especie, y muy nutridos en la zona del merendero; pero el praderío y el río siguen aún un buen trecho hasta alcanzar el kilómetro, para luego perderse camino del Nora, del Nalón y del espigón de San Esteban de Bocamar, dicho de Pravia.

Los ánades azulones son la joya viva de Noreña. Su lugar favorito es el cauce del río, estrecho, pero tumultuoso en las crecidas, aguas abajo del puentecillo. A semejanza del pavo real, con su despliegue de colores, y del león con su melena, los ánades macho, con sus brillantes alerones azules, su cabeza verde y su collarete blanco, son más vistosos que las hembras, casi homogéneamente parduscas; dicen que esto es bueno como camuflaje en terrenos pardos para la puesta y la incubación de los huevos, que suele durar tres semanas, y con polladas de hasta doce a quienes las hembras proveen el alimento sacado del río; y que los machos se ocupan de la defensa del territorio. Dicen también que cuando la nueva generación se hace mayor, sus padres emigran aguas abajo para hacer sitio, al menos de momento.

Lo que sí puede ver cualquier noreñense o visitante en otoño e invierno es que machos y hembras se agrupan por sexo, pero que cuando les llega el tiempo del amor, transitan por parejas ya sea por el río o por sus márgenes o isletas; y que tal emparejamiento suele perdurar. Y ya bien entrada la primavera es fácil encontrar once azulones plácidamente tendidos sobre la isleta mayor (dicen que están de rodríguez) y ver que, de repente, viene lanzada, como si fuera su primera escapada, una flotilla de nueve crías, de algo más de media cuarta de largo, vigiladas desde atrás por su madre real, o de adopción si perdieron la suya. Se instalan en una isleta menor justo frente a la de los machos. La hembra al mando percibe que están un poco apretados, pasa a la de los machos y, uno tras otro, desaloja a dos de ellos, que obedecen sin rechistar, y se alejan aguas arriba. Aún quedan en la isla mayor nueve impasibles azulones, pero ya hay paridad y sitio para todos, y los pequeños pueden compartir el territorio con los mayores.

Mes y medio después, el visitante puede encontrarse, achicharrada de calor y reposando, otra pollada de cuatro jovencitos o jovencitas, que ya doblaron el tamaño de sus nueve coetáneos del otro día, pero que aún no desvelaron con claridad su sexo, y que a una orden de mamá se zambullen a refrescar, y se entremezclan con machos y hembras adultos que ya han vuelto al remozado seno familiar.

José María Izquierdo Ruiz

Oviedo

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