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Y si envejecemos, ¿qué pasa?

16 de Marzo del 2010 - José Antonio Gutiérrez González (Piedras Blancas)

El envejecimiento forma parte de nuestra vida desde el mismo día en que nacemos. La manera en que vivimos este proceso depende no sólo de la genética individual de la persona, la alimentación, el entorno, etcétera, sino también, y de modo muy importante, de la actitud y la forma de ser de cada uno. Enfrentarse a esta etapa con vitalidad y aceptándola como viene puede ser la clave no sólo para disfrutar de una madurez y longevidad saludables, sino para ganar calidad de vida en cada uno de los diferentes tramos de nuestra existencia.

Lo que pretendo decir, ahora que acabo de cumplir un año más que añadir a los muchos que ya cuento, es que cada uno debe encarar la llegada de la tercera edad como buenamente puede, sin hipocresía ni camuflajes. Que viene a ser algo así como aguantar el chaparrón y decir sin ambigüedades ni rodeos aquí-estoy-yo. Ahora lo que se lleva es decir cosas como «la edad no está en mi DNI, sino en mi espíritu» o «me encuentro mucho más guapa a los 60 que cuando tenía 40», frases que quedan divinamente en las revistas del corazón, pero que no son más que una simple forma de engañarse.

Sin mucho tardar, seguramente, la ciencia logrará que vivamos más de 100 años. pero pienso que eso de vivir tanto no me va a interesar demasiado, pues si viviésemos esos años en realidad lo que alargaríamos no sería la vida, sino la vejez, y no le veo la gracia a ser un anciano durante 40 o 50 años. Estoy plenamente convencido de que mis argumentos son razonables y pragmáticos.

Por eso, no me parece conveniente ese excesivo culto a la juventud que ahora tenemos y tampoco esa manía de no querer envejecer. Cada edad tiene su encanto y no hay que engañarse intentando parecer que se tienen 20 años cuando se ha pasado ampliamente de los 60. También me resultan patéticas esas mujeres que visten de jovencitas y que van incluso con un «piercing» en alguna parte del cuerpo cuando ya han pasado la menopausia, o esos hombres que se tiñen las canas o se operan sólo para acabar pareciéndose, en sus postreros días, a Elvis Presley.

De esta forma sigo pensando. Incluso ahora, al escribir estas líneas, me pregunto si hago bien. Si lo que digo será bien entendido en esta sociedad que se caracteriza por esconder bajo la alfombra todo lo que no le gusta: la vejez es mala y fea, las enfermedades y la muerte no existen; todos somos jóvenes, sanos y guapos, y los pajaritos cantan y las nubes se levantan.

Por lo cual, valoro mucho la campaña publicitaria de una marca de cosmética femenina, que reivindica la belleza de las «mujeres reales», de las que no miden 90-60-90, de las que no pesan más de 50 kilos, de las que ya no tienen 20 años. No sólo me parece inteligente como práctica de ventas sino, también, muy conveniente.

Ya va siendo hora, pues, de no negar sistemáticamente la realidad. Porque lo peor de esa mentira que nos venden, de que todos podemos ser eternamente jóvenes y sexys, es que en muchos casos genera frustración o llega incluso a la neurosis. Y es que, por mucho que se empeñen los más optimistas, una mentira varias veces repetida no se convierte en verdad.

Porque todos sabemos, con sólo mirar a tantos famosos y famosillos recauchutados, que la verdadera belleza no tiene edad y que, además, en mayores proporciones incluso, el vedadero encanto está en otras cosas menos pasajeras que el aspecto exterior de nuestro cuerpo.

Por ello, los veteranos en grupo debemos poner la voluntad y todo lo necesario para que la salud física y mental, la autoestima y el reconocimiento social sean los férreos pilares de nuestra vejez.

Además, por si esto no fuera bastante, debemos hacer caso al sentido común.

José Antonio Gutiérrez González, Piedras Blancas

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