La leche de vaca

4 de Julio del 2018 - Antonio Valle Suárez (Castropol)

En España, qué duda cabe, somos productores de aceites, vinos y hasta de aguas de mesa de la mejor calidad. El vino -al contrario que el aceite, que nos comercializan casi la mitad de la producción los italianos- lo producimos y comercializamos prácticamente todo nosotros mismos. Pero la leche de vaca la manejamos nosotros; al menos, la inmensa mayoría de la que producen nuestros rebaños. Uno de nuestros mejores productos bebibles es, sin duda, esa leche de nuestras mimosas frisonas. Esa bebida blanca cuyas excelsitudes no tienen parangón se produce en casi todo el país. Debemos estar orgullosos de ello. Pero hay un lugar donde la calidad destaca desde los inicios de la explotación lechera, allá por los años cincuenta: la Cornisa Cantábrica. Concretamente aquí, en nuestra verde Asturias, los pastos con ese aroma ensalitrado hacen que la leche sea de una calidad inigualable. De la más completa de las producidas.

Si sacamos pecho por tomarnos el mejor aceite del mundo, los mejores vinos y vinagres y también la mejor sidra, ¿qué razones albergan en nosotros para tomarnos cada vez menos el “oro blanco” que producen nuestras vacas? Lo digo porque en los años 80-81 del pasado siglo nos tomábamos 125 litros de leche per cápita; en los 90-91 hemos retrocedido hasta los 118, y en 2002 bajamos a los 97. Hoy no llegamos a consumir 70.

Mi amigo Bras, el pesado jubilado, dice que es lógico que baje el consumo, que cada vez hay más personas mayores que, al estar conviviendo con el colesterol, no deben tomarla. Y también menos niños para consumirla. Pero ahora tenemos un abanico de productos derivados de la leche de vaca. Los hay que hasta le bajan el colesterol a los que lo tienen elevado y crían lozanos a los niños aunque no tomen la leche materna.

Pues con todas éstas, con la bajada continua en el consumo de leche, ya casi nos cruzamos con las cifras del Estado Vaticano bebiendo vino. Parece ser que allí ingieren cerca de 55 litros per cápita. Bebámosla pues diariamente la leche. Enseñémosles a tomarla y a disfrutar de su buqué y de sus bondades a nuestros hijos y nietos. Reeduquémonos nosotros y, haciéndolo así, también los empujaremos a ellos a que se hagan adeptos a la leche y a sus ricos y provechosos derivados que no envidian nada a nadie, ni siquiera a los mismísimos franceses. Pues en Asturias tenemos más de cuarenta tipos de quesos para nutrirnos y deleitarnos con su sabor. Incluso para presumir de ellos.

Si se consigue aumentar el consumo de leche y sus derivados, sin duda, garantizaremos que se mantenga o, incluso, se aumente la producción. Que se estabilice un precio en origen que haga rentables las explotaciones que hoy a muchas de ellas les cuesta mantener el tipo. Al mismo tiempo beneficiaríamos a las industrias lácteas que, nos guste o no, son las que hacen que funcione toda la cadena desde la vaca al consumidor final. Y, cómo no, de rebote gozaríamos todos nosotros, orgullosos, viendo a nuestras maltrechas tierras forrajeras hoy, hermosas y bien cuidadas mañana.

Ya lo sabe, amigo lector, a consumir leche que no hay disculpa. Si no le gusta la de vaca, consuma la de cabra o la de oveja, que también algo producimos. Yo, en la parte que me toca, desde hoy me aplico la moraleja para ir ayudando a recuperar el terreno perdido.

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