Sobre la dimisión del señor Corrales
Sin ser cronista, ni oficial ni oficioso, ni aun sin pretenderlo siquiera, me creo encontrar en una situación lo más objetiva al opinar sobre un hecho tan significado, como no del todo conocido, como es la dimisión del señor Corrales y las causas que supuestamente rodearon al caso.
He leído, sin extrañeza y sin rubor alguno, lo que es normal y corriente en quien o quienes, de una manera u otra, se mueven en política, al abrigo del regidor de turno y buscando al siguiente, cuando ya el anterior no les resguarda de la cruda realidad del ser un simple ciudadano corriente. La finalidad de este tipo de «tiralevitas» es la de no mojarse nunca: ni los pies ni la «levita» y cuando toca «lavarse bien las manos», por si acaso.
El señor Corrales quiere dimitir y punto. Así que me pregunto: ¿le obligaron?, ¿se lo aconsejaron?, ¿le echaron? o ¿sería su libre albedrío el que tomó la decisión de plantearse el «hasta aquí hemos llegado»?
Sea cual fuere la causa, el motivo, la razón o el consejo a tiempo; en política, no sólo existen los delitos probados (también a veces los sospechados) como el que nos ocupa. Existe la responsabilidad política, y ésta es a veces mucho más exigente y onerosa que la penal.
Si al militar se le presupone valor, al político se le supone la honradez y el ejemplo. Y es honradez política, la quiere y está demostrando el señor Corrales al adoptar la postura más gallarda, que las circunstancias requieren. La del ejemplo, ya no tiene vuelta de hoja. Es un error, y los errores se pagan en todos los ámbitos de la vida. Y el mal ejemplo no es un buen bagaje para nadie, y menos para un político.
Por ello, que salgan ahora los que le quieren absolver del delito rebajando éste a un simple error, es de irresponsables; como es irrazonable el creer que los errores no se pagan y los delitos sí.
¡Qué ingenuidad más ingeniosa la de algunos!
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