De toros y manadas
Me crié en tierra taurina, de ganaderos caciques y toreros muertos de hambre que luego alimentaban la rueda convirtiéndose en caciques también. Mamé la crueldad, el supuesto arte de la masacre y otros tópicos del entorno. Además, leí a Hemingway y otros sesudos apologetas de la tauromaquia, los cuales valoraban más el vino que la intelectualización de lo obvio. No obstante, hablamos del siglo pasado.
El caso es que estamos en el siglo XXI.
Matar animales por placer o recreo no tiene sentido en una sociedad en la que tenemos hasta restaurantes para caniches.
Un toro bravo no es más bravo que cualquier bóvido al que acorralemos.
Que persistan fiestas en las que, aparte de torturar animales por sistema, quepa la posibilidad de que algún o algunos seres humanos pierdan la vida es propio de civilizaciones primitivas.
Dentro de ese caldo de cultivo, donde se alimenta lo primario, lo masculino, la vida, la muerte y las pasiones más bajas, luego nos mesamos los cabellos cuando aparecen manadas y otros energúmenos en piara.
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