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Sobre la vejez o tercera edad

17 de Julio del 2018 - José Antonio Coppen Fernández

De entrada decir que aprender a envejecer es una maestría, un oficio que es menester adquirir con habilidad. Por eso nos apresuramos a advertir que la jubilación laboral no nos debe coger de sorpresa, es muy conveniente prepararse con antelación a su llegada. Reconozcamos que, en muchas ocasiones, uno tiene la vejez que se ha ido labrando a lo largo de la vida y es entonces cuando cosecha lo que ha sembrado; en otras, determinados avatares y circunstancias marcan dichos tramos finales. Digamos también que esa gran maestra que es la vida nos va enseñando nuevas cosas al ritmo de los acontecimientos que nos suceden, abriendo en el subsuelo de nuestra intimidad un pozo de sabiduría en el que se esconden y almacenan las vivencias. Esta sabiduría recibe el nombre de experiencia de la vida y consiste en darnos cuenta de que hemos vivido, que hemos sacado provecho, sufrido y tomado nota de las habilidades y estrategias que necesitamos para sortear las dificultades y los errores propios de aprendizaje progresivo. Las travesías presentes de la existencia se articulan internamente con las pasadas y futuras, dando lugar a una continuidad histórica que muestra coherencia y lucidez, sentido y claridad.

Según datos oficiales, el 75% de la gente que se encuentra en la llamada tercera edad suele abandonarnos por el cáncer o una enfermedad cardiaca y, en menos proporción, por un proceso vascular cerebral o respiratorio. Se dice que a principios de siglo pasado, en Europa, se consideraba vieja a una persona de 55-60 años. Hoy, sin embargo, mucha gente se muere estando relativamente bien de casi todas sus facultades físicas y mentales.

El envejecimiento, según señalan los expertos, no es sino el deterioro de los sistemas fisiológicos de cuerpo, desde el inmunológico al hepático, pasando por el cardiaco o el vascular cerebral. Y se nos advierte algo que consideramos muy importante, que es lo que parece hoy comprobado es que una actividad mantenida a lo largo del tiempo constituye un elemento preventivo de primera mano. Esto es válido incluso a nivel intelectual: mantener viva la curiosidad cultural, estar en contacto con el mundo y no encerrarse en una vida casi monástica son elementos positivos que ayudan a estar mejor.

Para terminar, permítasenos que invoquemos a Séneca cuando reflexiona sobre el mal uso que el hombre hace del tiempo, cómo desperdicia una parte considerable de la vida y se lamenta, luego, de su brevedad; cuando, al final, llega el término de la existencia, se da cuenta de que realmente sólo la ha vivido unos pocos días.

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