El último traje
Los seres humanos somos los únicos de la creación que sabemos que todo lo que tiene vida termina en muerte, pero nunca la asociamos con nosotros, nos da miedo pensar que también tendremos etapa final.
Cuando vemos la muerte, siempre la proyectamos en los demás, nos atormenta, nos deprime pensar que la muerte es como el virus de la gripe, en cualquier momento nos puede contagiar, y a veces se acopla de tal manera que se queda para siempre, pero no queremos pensar que nos puede pasar a nosotros.
Hablamos muy poco de la muerte, y sabemos menos, eso nos crea una angustia que nos llena de dudas, el cómo, el cuándo y el después. Nadie sabe con qué nos encontraremos después de la muerte, si con el muro de las lamentaciones, o con ese resplandeciente túnel que nos conduce a la gloria eterna, o con nada, sólo es muerte.
Si habláramos más de la muerte, apreciaríamos más la vida, deberíamos de querernos más a nosotros mismos; perdemos mucho tiempo pensando cómo atacar, cómo destruir a los que nos caen mal; el odio, el rencor nos adormece, nos anestesia, nos convierte en verdugos, tal es el caso que la rabia nos produce un efecto letal, nos bloquea nuestra capacidad de disfrutar de la vida y lo peor es que nos acostumbramos a vivir así. Pensar en la muerte nos tiene que llevar a reflexionar sobre la vida, los humanos tenemos la capacidad de resetearnos y programarnos de nuevo para mejorar la calidad de vida y convertirnos en buenas personas.
Empecemos una nueva etapa de nuestra vida antes de que nos encuentre ese pirata ladrón de tesoros que nos robará lo más valioso, “la vida”, sólo nos dejará el cofre para que nos metan dentro vestidos con el último traje.
Todos somos socios de la muerte, es la herencia que nos toca al nacer, cuantos más años cumplimos, más acciones adquirimos.
No temamos tanto a la muerte, sino a la vida inadecuada.
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