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Grandes horizontes para el desarrollo

4 de Abril del 2010 - Silvino Lantero Vallina

Lo primero y punto clave sobre el desarrollo es aclarar este concepto. Normalmente se asocia a mejoras en nivel de vida material basado en la técnica y la economía. Positivo pero insuficiente. Cualquiera sabe que el consumo no da sentido a nuestra vida. Benedicto XVI retoma en «Caritas in veritate» la «Populorum progressio» de Pablo VI, quien afirmaba, en la tradición de nuestra querida Iglesia, que la verdad, la ley moral y el anuncio de Cristo es el primero y principal factor de desarrollo.

Conviene señalar de entrada que el desarrollo debe ser integral abarcando diversos planos religiosos, morales, económicos y culturales. Como es sabido, hoy Occidente precisa de un desarrollo basado en el ethos cristiano. Dalmacio Negro, gran politólogo católico, insiste en esto en su magnífico ensayo «La situación de las sociedades europeas». También ha tratado este problema de la decadente Europa el GEES (Grupo de Estudios Estratégicos).

Conviene, por tanto, subrayar con Benedicto XVI, que no basta progresar sólo desde el punto de vista económico y tecnológico; el desarrollo necesita ser, ante todo, auténtico e integral. Salir del atraso económico, algo en sí mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre. Sin verdad no hay desarrollo ni económico ni cultural.

Unos gobiernos que se dedican, como he señalado en comentarios anteriores, a exportar cultura de la muerte y a incentivar a la gente a no trabajar no puede contribuir al desarrollo integral. España, en concreto, es un paradigma de subdesarrollo institucional en seguridad, justicia, libertades, trabajo y vida humana. Según afirmaciones aparecidas en los medios –«caso Faisán»–, se sospecha que el Gobierno de España ordenó avisar a terroristas de ETA para que huyeran de la Policía. Que las instituciones no sean capaces de aclararnos esto y perseguir, en su caso, a los responsables es un problema moral de primer orden y prueba que donde no hay fundamentos cristianos reina la injusticia. El derecho y la democracia sucumben.

Así que la clave para el concepto de desarrollo integral lo primero es el ethos cristiano. En dicho ethos, la persona, imagen de Dios, no es un objeto a manipular por nadie. En ese marco es donde vemos la profundidad de Benedicto XVI. «Sólo con la caridad iluminada por la luz de la razón es posible conseguir los objetivos del desarrollo». (CV,99). El hombre y el desarrollo es único, no está fraccionado y la inteligencia y la caridad deben estar presentes en todas las actividades destinadas a lograr los objetivos del desarrollo.

Subtítulo: Falta coraje para hacer reformas que favorezcan la ayuda eficaz a los pobres sin caer en el asistencialismo

Destacado:Salir del atraso económico, algo en si mismo positivo, no soluciona la problemática compleja de la promoción del hombre

Advierte el Santo Padre que la Iglesia no tiene soluciones técnicas que ofrecer. Lo que hace es un análisis y establece grandes líneas, señala principios a respetar como el del bien común y la subsidiariedad. También amplía el concepto de empresa y advierte de las negativas consecuencias morales de las dinámicas burocráticas.

Conforme a los principios del bien común, el Papa hace una interesante distinción de lo que corresponde a las instituciones, principalmente sociedad civil, Estado y mercado. Es la sociedad civil la encargada de responder a los desafíos actuales. En ella el mercado y las empresas tienen un papel prioritario tanto en la producción como en la distribución de riqueza.

Apunta a la necesidad de buscar «nuevas soluciones». No asigna a los estados y gobiernos el protagonismo de la ayuda al desarrollo. Personalmente pienso que los gobiernos, tanto de los países ricos como de los pobres –donde abunda la corrupción– son el problema, no las nuevas soluciones por las que aboga el Santo Padre.

Benedicto XVI hace propuestas muy interesantes. Primero, en la crisis económica actual, los poderes públicos del Estado se ven llamados directamente a corregir errores. En efecto, hay varias disfunciones. Las principales son, a mi juicio, las siguientes: elevada presión fiscal, modelo inadecuado de Seguridad Social, monopolio estatista en la enseñanza, gasto y despilfarro. Las administraciones autonómicas son una fuente impresionante de derroche de recursos.

Hoy los estados europeos están liderados por una clase política sin coraje para hacer necesarias reformas que favorezcan el desarrollo y la ayuda eficaz a los pobres sin caer en el asistencialismo. Se precisa también ir hacia nuevas alternativas al modelo actual de gestión a imagen soviética de las pensiones y los sistemas escolares.

El Papa recoge estos problemas y apunta algunas orientaciones generales muy interesantes. Como es sabido, la redistribución a cargo del Estado es una causa clara de los problemas actuales. «Hoy, escribe el Papa en esta encíclica, la intervención redistributiva del Estado (según la «Rerum novarum»), además de puesta en crisis por los procesos de apertura de los mercados y de las sociedades, se muestra incompleta para satisfacer las exigencias de una economía plenamente humana» (CV,39).

Los laicos tenemos que contribuir a la difusión de las posiciones de la Iglesia católica. Las dos ciudades de San Agustín se imbrican. El arzobispo de Sevilla, monseñor don Juan José Asenjo, ha hecho referencia a este asunto, hace unos días, en las Jornadas de católicos y vida pública de la ciudad hispalense: «La Iglesia de España necesita cultivar un catolicismo seglar, militante, en el sentido más noble de la expresión, es decir, un catolicismo activo, con una implantación fuerte, significativa y evangelizadora de la vida pública, sin vergüenza ni complejos».

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