Beatus ille
Al emperador Diocleciano le tocó, como a todo quisque, vivir tiempos difíciles. Al cabo de veinte años, habiendo pacificado las fronteras del Imperio, desmontado conspiraciones de palacio y aplacado revueltas civiles, además de aplicar reformas administrativas de calado y perseguir con saña a los cristianos, un buen día se subió a un carruaje entoldado y le dio al chófer las señas de su residencia privada en Salona (Split), una especie de Santa Pola en la costa del Adriático.
Cuando pasados algunos años lo visitó una delegación para pedirle que regresara al poder, el emperador prejubilado les contestó: “Si hubierais visto lo feliz que soy cultivando mi huerto, os hubierais ahorrado el viaje”. ¿Tendrá Mariano jardín en Santa Pola? En cualquier caso, aún tendrá que consumir lo más claro de su tiempo cotejando títulos de propiedad y documentos del Catastro en su despacho de registrador, antes de poder zambullirse por entero en la áurea y oreada “mediocritas” de la horticultura. Aunque haya escogido desde ahora la escondida senda de los que huyen del mundanal ruido.
Lo hace además ligero de equipaje: con lo que le ahorra Rajoy, puede ponerle el Gobierno, al muy honorable Puigdemont, gabinete, coche y chófer, casa y escolta. “Nurritures terrestres” que son la guarnición de esa tajada espiritual o metafísica que los progres llaman “diálogo”. El hecho de que sea más o menos desprendido no hará olvidar a los incorruptibles que Rajoy fue depuesto por “corruto”, como decía Pepiño. Pepiño el de la gasolinera, que lleva como diez años con un “Erasmus” en Estrasburgo aprendiendo francés: “Sur le pont d’Avignon / on y dance, on y dance / tout en rond”. Estará mareado, el hombre.
No hace al caso que unos chorbos de la Junta de Andalucía hayan fundido, los muy cachondos, quince mil euros en una noche en una institución de lenocinio (lo que la gente fina llama prostíbulo y la plebe “casa putes” o “puticlú”). Habría que saber cuántos/as actuaron en esa performance. A lo mejor ni tocaron a tanto. Y de lo que se puede estar seguro es de que se respetó estrictamente la cuota; o sea, la “proporción áurea” entre putas y cabrones. En una democracia avanzada, ¿no importan tanto las formas como los contenidos?
“La derecha de siempre, la de los recortes y la corrupción, más de lo mismo”. Así saluda Lady Lastra, la estadista de Ribeseya, la elección del flamante presidente del Partido Popular. Bien aprendido de las teresianas tiene ella que “aunque el diablo se vista de seda, diablo es y diablo se queda”. A Adriana Lastra, que iba para ministra, la tiene el PSOE de guardia ante la sede de Génova, como una velutina carnívora que liquida a cualquier abejita incauta del PP que se arriesgue a entrar o salir. Si los efectos de la frustración son equiparables a los del resentimiento, no hace falta ser alérgico para que el aguijón de la velutina resulte letal.
De la lavandería de Sánchez, con Bildu y los golpistas como auxiliares de refresco, va a salir un Estado limpio y regenerado como los chorros del oro; del control del detergente se encarga Pablo Echenique mientras el otro Pablo soslaya los rigores serranos del estío en Castelgandolfo de Galapagar (que el pueblo llano llama “Villa vasija” o “Villa Botijo” o no sé qué pieza de alfar).
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