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Ajuste de cuentas con la historia

28 de Julio del 2018 - Ana María Fernández Menéndez (Avilés)

Hace unas fechas tuvo lugar en Asturias un congreso internacional con motivo del 1.300.º aniversario del origen del Reino de Asturias y que ha servido, según parece, para poner en común distintas líneas de investigación en torno a la época, dar a conocer trabajos sugerentes y abrir nuevas posibilidades de exploración del pasado que parecen poner en cuestión lo establecido y comúnmente aceptado hasta ahora. Parece que está en marcha una reconstrucción más o menos original de nuestro pasado histórico y que supone un giro a la investigación histórica en nuevas direcciones sobre los hechos acaecidos y fuentes admitidas como válidas hasta ahora y que podría tener también connotaciones ideológicas.

Lo que está ocurriendo con la historia y la cultura en general en nuestro país es preocupante pero no es casual, forma parte de un movimiento contracultural que ha ido ganando espacio en nuestra sociedad, que busca el cambio de las normas establecidas y que propone, e incluso impone, otra visión de la cultura. Este movimiento enlaza también con las críticas radicales que varios filósofos del siglo XIX y comienzos del XX hicieron a la cultura occidental a la que consideraban entre otras cosas degenerada y corrupta, incluyendo incluso la transmutación de casi todos los valores existentes. A este fenómeno se ha unido también recientemente el feminismo que cuestiona y deslegitima nuestra cultura occidental por ser, según esta ideología, un producto exclusivamente masculino y patriarcal y por tanto machista, considerando que la historia conocida es falsa sencillamente porque oculta intencionadamente a las mujeres, por lo que tiene que ser revocada y sometida a una nueva visión, a una mirada feminista que se ve a sí misma como progresista, avanzada, moderna y propia de esta época. Sin embargo, hay que recordar que el progreso y los avances no han estado nunca en elucubraciones e intuiciones más o menos fantasiosas y originales sin sólidos fundamentos reales y racionales, sino vinculado a la ciencia, la técnica y la lógica.

En efecto lo que está ocurriendo con la historia y la cultura no es casual. Se están introduciendo elementos inquietantes en las investigaciones que a su vez se presentan como una metodología y un sistema novedoso, democrático y de última generación. Pero lo cierto es que responde a concepciones más antiguas basadas en el modelo de análisis temporal-existenciario, es decir, en el modelo de análisis existencialista, creado y desarrollado por el filósofo alemán Martin Heidegger en “Ser y tiempo”, publicado en 1927. Por cierto, este filósofo recibió con gran entusiasmo y adhesión la llegada de Hitler y del Nacionalsocialismo al poder, con los que colaboró hasta el final de la guerra.

Para el existencialismo, la existencia es concebida como un conjunto de posibilidades y elecciones que se comprenden en el tiempo y la historicidad. La historia se convierte en un elemento fundamental para la comprensión del propio ser y el pasado tiene una gran importancia, entre otras cosas, porque puede ser útil al presente. Esto lo saben muy bien los nacionalismos que lo practican con frecuencia. El pasado se presenta a los ojos de la exegesis ontológico-existenciaria como actuante en el presente y en ocasiones puede ser percibido como perturbador, provocando un “estado de no resuelto”, por lo que se considera necesario volver atrás. La reiteración, el volver atrás, implica también una nueva mirada y la revocación de lo que hay indagando en los orígenes hasta encontrar una respuesta satisfactoria, haciendo también una selección de vivencias y posibilidades para poder hacer, a través de la historia, el retorno de lo posible abriendo el pasado y proyectándose sobre él, como un elegido poder ser, con toda la fuerza de lo posible. De este modo, se corrige el pasado que no conviene o que inquieta y se ajustan cuentas con la historia. Las fuentes se someten a la interpretación del historiador, que lo hará de acuerdo con sus vivencias existenciales basándose en intuiciones y construyendo relatos. La tradición es vista también en muchas ocasiones como un obstáculo, por lo que hay que regresar al pasado para hacer una apropiación positiva de él. Por otra parte, a lo largo del proceso histórico no suele haber una continuidad total de los fenómenos, tanto más cuanto más alejados estén en el tiempo, existen lagunas, agujeros, eslabones perdidos que si se rellenan de manera libre, abierta y arbitraria pueden crear o recrear una historia tendenciosa al servicio de intereses ideológicos.

Con todos estos supuestos, las posibilidades y probabilidades de manipulación son muy altas y además pueden provocar un cambio en la manera de pensar, de razonar, de argumentar y también de ser, que es en última instancia el objetivo final de estos planteamientos.

Afortunadamente existen otras formas de hacer historia más rigurosas. La historia enseña y de la historia se aprende, pero el historiador debe buscar por encima de todo la verdad, restablecer el pasado, hacerlo inteligible basándose en hechos, en datos, en lo que realmente ocurrió, en el establecimiento verídico de los acontecimientos y la determinación del nexo causal que los relaciona, es decir, considerando la historia como una ciencia que estudia documentos, restos y tradiciones con el mayor rigor posible sin prejuicios ni intereses más allá de los puramente científicos. Si se quiere ser honesto se tendrá que construir o reconstruir la historia basándose en certezas y evidencias y dejando para el misterio o a la espera todo aquello que no se pueda demostrar, contrastar o verificar por más sugerentes, apasionantes y fascinantes que puedan parecer otras posibilidades. La verdad nos hará auténticamente libres.

Ana María Fernández Menéndez

licenciada en Historia del Arte

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