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Gracias a nuestros progenitores

29 de Julio del 2018 - José María W. Gómez Claro (Gijón)

Vienen ocurriendo recientemente, o al menos así lo percibo, casos de personas mayores en pareja donde se produce un desenlace violento porque una de las personas -mayormente mujeres- padece una enfermedad grave, especialmente alzhéimer.

Esto, aparte de ser un drama familiar, es un fracaso social. Cuando una convivencia generalmente de muchos años, en una etapa final de la vida, se hace inviable porque la enfermedad lo impide, pienso que se acumulan una serie de elementos negativos como aislamiento social o familiar, depresión, carencias económicas, dependencias graves, en definitiva. Que encuentren como única salida la muerte en forma de homicidio o “suicidio pactado” me parece terrible y hace sentirme culpable como ciudadano.

Cuando tanto se les llena la boca de argumentos a los agoreros del fin del sistema público de pensiones, por culpa del envejecimiento entre otras causas, deberían reflexionar, pues aparte de no valorar en qué condiciones se prolonga la vida, también están causando una preocupación social en determinados colectivos que añade culpabilidad al resto de problemas que están sufriendo.

Deben tomarse medidas de carácter inmediato por parte de las administraciones: local, autonómica, estatal, con respecto a la población mayor y sus condiciones de subsistencia. Es cierto que no es fácil, porque nuestra cultura nos hace esconder los problemas dentro de casa y resulta difícil que nos abran las puertas a edades avanzadas, no para fiscalizar -como se ha hecho a veces- sino para ayudarles en el sentido más amplio.

Ahora, el actual Gobierno parece querer retomar servicios recortados por el PP de la ley por la dependencia y el copago farmacéutico que afectan directamente a la población de más edad. Está bien, pero no es suficiente porque hay muchos aspectos que mejorar como las listas de espera, implantar la especialidad de gerontología y reconocer el papel de los familiares -sobre todo mujeres- que hacen de cuidadoras.

También es necesaria la cercanía de los familiares o vecinos, que deben denunciar si conocen casos de aislamiento o precariedad, además de atenderlos en la medida de sus posibilidades. Rompamos el tópico de que “no habíamos visto nada raro”.

Quizás el culto al cuerpo, las redes, el individualismo, nos impida a veces valorar que estamos aquí gracias a nuestros progenitores. No lo olvidemos, porque también nos llegará la hora.

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