Diviértete, que algo queda
Existe toda una “industria de la felicidad” erigida en torno a la diversión, la escapada de la rutina y el bienestar. Atrás quedaron las austeras morales rigoristas y el desprecio de lo corpóreo. Triunfan el vitalismo de Nietzsche, la obsesión por el elixir de la eterna juventud, Simone de Beauvoir, el aventurero Corto Maltese, la normalidad democrática y el taichí. Son numerosos los reputados profesionales, valedores de este sistema de mercado, que usan en sus ratos libres camisetas adolescentes de Los Gremlins o U2. Es la generación X o MTV, con más mascotas que vástagos, de experiencias Erasmus y paso por una universidad masificada.
Los cambios ocurridos en las últimas décadas son los de más profundo calado en la historia de las mentalidades, aseguran sesudos sociólogos. Han arraigado una fructífera cultura de la tolerancia, a veces teñida de notoria indiferencia por la suerte del otro, un feminismo transversal y la defensa justa de todo tipo de minorías secularmente vejadas. Pero la felicidad que se busca a modo de El Dorado es una quimera, pues esta no viene de afuera si no surge o aflora de uno, bienhumorado pero desengañado.
También pueden existir los paraísos cercanos, los momentos gratuitos inolvidables y el profundo descanso. Están en auge la política de gestos, el histrionismo, la aporofobia y el abandono de ancianos. La vida es lícitamente vivible de modo intenso, pero nunca a costa de los deberes cívicos básicos, vertebradores de la convivencia. La cultura como ideal humanístico está de capa caída, pero sobrevivirá en formas divulgativas amenas e informales o en foros de frikis algo retro a través de las redes sociales actuales. La nostalgia es distorsionadora, nuestro mundo opulento rebosa de oportunidades y sentidos a elegir en el supermercado. Vivamos fluyendo, dejando vivir. Haciendo de nuestros días la mejor obra de arte a nuestro alcance. Miembros de una humanidad más allá de cerrados búnkeres de gélido corazón o máscaras ya moldeadoras de todos nuestros actos, en una sociedad con el reto de la gestión exitosa de una creciente multiculturalidad.
José Luis Tamargo
Oviedo
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