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Crónica de un acto a favor de la vida en Asturias

20 de Enero del 2009 - Gema Sala Acera (Oviedo)

El domingo 28 de diciembre se celebró en las ciudades asturianas de Oviedo, Avilés y Gijón tres actos a favor de la vida que fueron presenciados y apoyados por un centenar de personas deseosas de manifestar su sentir ante tanto silencio por parte de los partidos políticos mayoritarios, defendiendo la vida con mayúsculas, sin complejos ni miedos, sólo reconociendo la verdad.

Este acto tuvo como fin hacer un homenaje a los inocentes no nacidos y recoger firmas para el «proyecto Adopción», proyecto que busca directamente reciclar la vida de niños que en este país se matan sin trabas hasta el último día con el tercer supuesto «coladero»: «daños físicos y psicológicos para la madre», sin limite para abortar.

Somos un país de abortos brutales y, por eso, podemos ver el vídeo que está en internet del actor y director mexicano Eduardo Verastegui llamado «Dura realidad» y saber que cuando habla de EE UU podemos cambiar el nombre por España; lo único que cambia son las cifras al año: en España se abortan más de cien mil niños al año y en EE UU, un millón.

El aborto ha convivido con nuestra sociedad española desde hace más de 20 años, y estamos tan anestesiados que no queremos ni creer la aberración que estamos cometiendo cada minuto en todo el mundo. Pero ahora, gracias a internet, esa venda que nos hacía creer que sólo se aborta un montón de células nos debe caer para siempre y descubrir que no, que ya en la sexta semana late el corazón y entre la 8.ª y 10.ª se forman los brazos, piernas y nervios receptores del dolor, que provocan sufrimiento en este niño cuando se entra en su «casa» para desahuciarlo (ver el vídeo «Grito en el silencio»).

En cualquier caso y para dejar de mentirnos de una vez, tenemos que entender y blindar la vida desde su concepción, y es que con la fecundación del óvulo la vida empieza a desarrollarse sin parar, no se construye por fases como un edificio, hay un ser humano único con una genética exclusiva. Todas las personas tuvimos un inicio, y ni nuestro tamaño ni nuestras aptitudes deben ser el baremo que nos haga merecedores del derecho a vivir o dejar de vivir. No sólo está en peligro de extinción el oso panda: cuarenta millones de seres humanos en el mundo se han extinguido con el aborto.

Desgraciadamente nos toca a los ciudadanos tener valor y defender la vida luchando con fuerza por esta verdad, sin miedo. ¿Qué tenemos que perder? En un mundo que permite esta locura, la falta de amor es tan palpable que se hace casi imposible un entendimiento entre matrimonios, vecinos, familiares y demás grupos sociales si somos capaces de matar a nuestro propio hijo porque no nos viene nada bien su llegada o entender que otros lo hagan. Hay una idea que tengo clara: si nos dan el derecho a matar a alguien por causas justificadas (no incluyo la defensa propia), en el mundo no queda ni el tato; eso sí, luego igual nos arrepentiríamos muchísimo, pero el impulso y las causas pueden ser siempre emocionalmente impresionantes para justificar la atrocidad.

La segunda víctima es la mujer que aborta. La mayoría utiliza esta herramienta en un momento de enajenación mental, por angustia, miedo, un ambiente que la anima..., y con esta angustia es normal que sea la menos culpable; ella es la que realmente desearía proteger a su hijo, nota sus propios cambios físicos, pero la frialdad de los que la rodean la termina acorralando y encima sabe que hoy en día una chica que se anima a tener a su hijo es considerada una idiota por estropear su vida. Sin embargo, los datos demuestran que no llega al pleno desarrollo de su personalidad si no consigue superar este tremendo bache porque el síndrome post-aborto (alcoholismo, depresión, pesadillas...) existe, ha sido estudiado en varios países del mundo y en España no se quiere ni nombrar como si fuese un mal menor, y así no se obliga a las clínicas a informar a las mujeres de lo que puede acarrearle este paso, de cómo se hace un aborto, de cómo es su hijo en ese momento, nada; todo es un silencio tan grande como el de los cementerios.

Os animo a todos los que sentís sobre vuestra conciencia el peso de estos niños preciosos que nunca veréis a ser la voz de los no nacidos, para conseguir de una vez y para siempre blindar su derecho a vivir.

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