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Planificación sanitaria

13 de Agosto del 2018 - José María Álvarez Álvarez (Trubia)

Un buen gestor lleva a cabo una política basándose en una previa planificación a cinco o diez años vista, estudiando las variables que determinan la evolución de la estructura sanitaria, como son la evolución demográfica, los recursos económicos, las demandas en determinadas áreas y el personal disponible. Esta planificación se adelanta a los problemas que pueden surgir, evitando que ocurran y aplicando una rápida solución cuando acontezcan.

La falta de planificación es el motivo por el que la sanidad está entre las diez preocupaciones de los españoles. Si la percepción general es que la sanidad española se encuentra entre las mejores del mundo –tanto por la competencia de los profesionales, los medios de que disponen y el trato al paciente–, la sanidad se sitúa entre las principales preocupaciones de los españoles, y lo que causa tal preocupación es la espera para ser atendidos.

Esta espera se debe a dos cuestiones, por un lado la sobrecarga sanitaria provocada por los que buscan intereses espurios –bajas laborales, jubilaciones por enfermedad, obtención del 100 por ciento de invalidez–, que, al no ser cortados, demandan consultas a múltiples especialistas y pruebas de imagen, y, por otro, la obsoleta distribución del mapa sanitario.

En el caso de Asturias, que es el que nos ocupa y preocupa, la distribución difiere poco de la diseñada en los años ochenta; sin embargo, en los últimos veinte años Asturias ha sufrido un profundo cambio, con la población concentrándose en el triángulo Avilés, Gijón, Oviedo, población que se ha trasvasado de la zonas oriental y occidental, así como de las Cuencas Mineras. Este fenómeno se va a acentuar en la próxima década, cuando por el natural desarrollo biológico humano los que ahora frisan los noventa, mayoritarios en el Oriente y Occidente de la región, se vayan, y los jóvenes se trasladen al centro de la región, que es donde hay ofertas de empleo; a ello hay que añadir otro factor determinante en el gasto sanitario, como es el hecho de que las generaciones que les siguen cada vez tienen peores condiciones de salud. Efectivamente, mientras que las generaciones que vivieron una infancia y adolescencia con bajo consumo calórico llegan más sanos a la vejez –hecho este también comprobable en centro Europa, donde las generaciones de la postguerra tienen unos índices muy bajos de diabetes y enfermedades asociadas– las generaciones siguientes han ido cayendo en la escala de salud, pues a mayor consumo de calorías han sumado hábitos perniciosos, como el tabaquismo –el tabaco de las generaciones hasta los años sesenta no tenía aditivos–, al alcohol de alta graduación –las generaciones de antes consumían esporádicamente bebidas de baja graduación–, además del sedentarismo –las generaciones de más de setenta caminaban a todos los sitios, hoy si pudieran llevarían el coche hasta el sofá, para no tener que moverse–.

Pues bien, la suma de una alta ingesta calórica y hábitos tóxicos se traduce en un mayor riesgo de padecer enfermedades, lo que va a multiplicar el gasto sanitario en las próximas décadas, con una población que tendrá enfermedades graves, y por tanto costosas, a edades más tempranas, con una multiplicación exponencial de los trasplantes, y que será dependiente también a edades más tempranas. La diferencia es que la esperanza de vida se va a reducir respecto a las de las generaciones que les precedieron, hecho este que ya está produciendo en EE UU, donde hay una regresión.

Para adelantarse a esta situación, cuyas consecuencias están ocurriendo actualmente, con centros se salud con esperas de dos o más días para ser atendidos, mientras que en otros están bajo mínimos, lo que se debe hacer es trasvasar personal desde donde sobra hacia donde hace falta, máxime cuando los recursos, cada vez más escasos, impedirán aumentar la plantilla. La reorganización de los centros de salud es básica.

Respecto a la atención especializada, la sobrecarga de trabajo se solventa adoptando medidas de filtro.

Primero: No se puede permitir que se colapse urgencias hospitalarias por los que no quieren esperar para ser atendidos en primaria por casos que no son graves, o que exige ser atendidos en el momento sin tener que esperar el retraso que se pueda generar en las consultas de primaria, y que además lo hacen por cuestiones nimias; máxime si tenemos en cuenta que los que van exigiendo y que no quieren esperar en primaria, son los que viven a costa del contribuyente, con salarios sociales y gratis total, y que, por tanto, tienen tiempo de sobra para esperar. Si se cobrase el servicio a quien podría haber acudido a Primaria, al no tratarse de un caso urgente, ni importante, se solventaría el problema. Hace falta un protocolo de actuación del servicio de urgencias para evitar que se convierta en el sumidero de los jetas que no quieren pasar por primaria, lo que perjudica a quienes realmente están enfermos y encarece el gasto sanitario.

Segundo: No se pueden consentir que las listas de espera para consulta de especialista, así como de pruebas de imagen, hayan aumentado por culpa de los que los que demandan múltiples consultas de especialistas y pruebas de imagen, buscando pasarse la vida de baja laboral o jubilarse por enfermedad, u obtener el 100 por ciento de invalidez. Hay que establecer una normativa para terminar con la exigencias de los vagos y maleantes, dejándoles bien claro que no son quienes para ir demandando lo que les viene en gana, esto lo debe decidir un profesional. Si quieren consultas especializadas y pruebas de imagen para buscar la manera de vivir sin trabajar, que las paguen de su propio bolsillo, pero que no carguen la cuenta a los contribuyentes.

Tercero: Convendría analizar si las denominadas eufemísticamente “peonadas” están justificadas, o son un medio de lograr un sobresueldo por parte de algunos aprovechados. Esto se comprueba si dichas horas extras se realizan realmente fuera del horario de trabajo habitual y en las horas marcadas como peonadas –después de las 16 horas–. No se puede consentir que haya profesionales que cumplen y se involucran en el trabajo, trabajando sin reloj, mientras otros no cumplen al pasar de todo, al preocuparles más sus negocios particulares, y luego buscan la manera de sacarse un sobresueldo, pagado por los contribuyentes, postergando el trabajo para las peonadas. Los primeros son los que acuden sin falta al trabajo, los segundos buscan excusas para no acudir al mismo -gripes y demás historias que ocultan un único diagnóstico, holgazanitis- pasando de baja parte del año, y así año tras año, lo que hace que el sector público tenga el mayor absentismo laboral. Un buen gestor pondría fin al absentismo laboral –son siempre los mismos–, y haría una distinción entre los que cumplen y los que no, actuando en consecuencia. Además valoraría contratar personal –lo que reduciría el paro– en lugar del elevado gasto que suponen las peonadas.

Todas estas medidas ahorrarían mucho dinero a los contribuyentes y permitirían una mejor atención sanitaria a los pacientes. De no hacerlo así, en la próxima década nos quedamos sin sanidad pública, que es lo que algunos buscan al amparar a vagos y maleantes.

José María Álvarez Álvarez

Trubia, Oviedo

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