Contraídos

5 de Agosto del 2018 - jose luis peira (Oviedo)

Hace unos años, cuando empezaba esto del Internet, fui tan cándido como para meterme en un debate "on line". Yo hasta entonces creía que a un ignorante se le podía iluminar con argumentos. Pero tras ciertos esfuerzos comprendí con desesperación que algunos se niegan rotundamente a ser instruidos. El debate en cuestión tiene poca carrera, un individuo se negaba a aceptar que la luz tiene velocidad. Según él, angelito mío, la vista, al posarse sobre algo ya estaba allí. No había necesidad de que ciertas frecuencias de onda, etc., atravesaran ningún espacio. Era la vista la que ya estaba en el lugar y punto pelota.

Copérnico, Focault, Newton, Einstein... por citar algunos, no hacían más que marear la perdiz, a decir del personaje. No trato de contar una experiencia de mi vida sin más, lo traigo a escena para embocar mi discurso: Hay mentes, muchas, tan cerradas, que son incapaces de admitir razonamiento que no haya hecho nido dentro de su mollera. Y es inútil cualquier esfuerzo o consejo para variar esa cerrazón. Se niegan a leer o cotejar sus estrechas creencias, a comparar, a dudar, a someterse a contraste. Nada. Estos se asoman a su ventana y ya tienen juicio del universo mundo.

Es común, asimismo, que tales, ante un despliegue de argumentos en oposición, arremetan con descalificaciones personales, cuando los hombres carecen de razones se gritan, que dijo Leonardo, y, llegado el caso, le llamen a uno abusón, pedante o cosas así.

Conste que no me refiero a los fanáticos descerebrados clásicos, esos que pululan por las religiones, las naciones, los equipos de fútbol o cualquier banderín de enganche emocional y simple. No, señalo a tantos que cada día se cruzan con uno, que votan, cobran pensiones o se ponen camisas a cuadros. Gente "normal" se diría, hasta que abren la boca o el portátil y se posicionan.

En esta misma sección, un ejemplo, puede contrastarse casi a diario. Por sus cartas los conoceréis: hay ciudadanos en cuya expresión trasciende el juicio, el don de la observación, la distancia, la mirada original... Por el contrario, hay otros que nada más que transmiten fobias, incapacidad manifiesta de alejarse del discurso dominante, puerilidad, estrechez de miras, odios, incluso a elementos insignificantes. Al tonto le amarga la vida un gorrión, así es.

Otro de los estigmas del zoquete implacable es el convencimiento de que en los demás está la culpa, siempre: las feministas, los políticos, los funcionarios, los defensores de la naturaleza, los jueces... nunca se sienten parte responsable de esa sociedad. Todo lo malo está en otros.

Pero, con ser grave todo ello, lo que me admira es la negación rotunda, la alergia, a contrastar aquello que sentencian. La complejidad de los temas les sobrepasa y optan por el sendero facilón de los lugares comunes, de rumores, de creencias de décadas atrás, cuando el mundo era otro. Vomitan ideología recién levantados de la siesta, con esa punzada malhumorada que deja el sudor de la almohada y se cierran a la argumentación en contra como un bicho bola, sobre cuya coraza de prejuicios rebotaría hasta una lluvia de neutrinos.

José Luis Peira

Oviedo

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