Mercadillos semanales
Próxima a mi domicilio existe una plazoleta donde todos los miércoles del año se celebra uno de esos mercadillos que van rotando a lo largo de la semana por las ciudades y pueblos de Asturias, y aunque no son de mi predilección debo reconocer que este verano, picado por la curiosidad, en dos distintas ocasiones bajé a perderme entre los tenderetes de los productos que se exhibían y se ofertaban.
Sin querer, la primera vez me encontré fisgoneando bañadores, calcetines de deporte, etc. y en la segunda, observando indiferentemente -como queriendo ver casi sin mirar-, sostenes, bragas..., por imperativo, en buena parte, de la señora que me acompañaba. Obvio es decir que la mujer en cuestión es la que por ley me corresponde.
Deambular por esos espacios que forman las mesas de mercancías apelotonadas, estrechos pasillos en los que empujar y ser empujado -puedo atestiguar que los empellones en ocasiones son de cierta entidad-, mientras compruebas la talla de un chándal de pocos euros o intentas probarte unas zapatillas imposibles por su colorido y presentación, pero que, por su precio, puede proporcionar una alegría al bolsillo, y máxime con la crisis económica que aún se vive.
No obstante, amigos, hay que vivir ese ambiente. Parece que yo me estoy aficionando, aunque la causa puede ser que me esperan unos días de "rodríguez", para comprender la agitación que produce recorrer ese zoco curioseando artículos de marcas falseadas o desconocidas, pero totalmente libres, ya que el verano hace que se libere todo, hasta el cuerpo, a juzgar por los escotes tan pronunciados y vistosos que se ven este año.
Desde unas gafas más "fashion" que las de Madonna, o una falda vaquera mucho más corta de lo que estaríamos dispuestos a que se la pusiera, por ejemplo, la mujer que me acompañaba. Sinceramente, debo confesar que ni en mi adolescencia, aquél 2x1 de Almacenes "Al Pelayo", ¿recordáis, amigos?, me producía ni la mitad de la complacencia actual. Aunque tengo para mí que puede ser un síntoma de vejez. Y eso, me inquieta, y mucho.
Ahora bien, debo añadir, que no quiero más compañía femenina a mi lado a no ser que la fémina en cuestión no sea la mía, y que, a la vez, la que sea, esté mentalizada para el pateo de todo el entorno ferial. Y, si realmente vosotros, amigos, pretendéis conocer y empaparos de lo que significa el voluptuoso recorrido por un mercadillo rebosante de gente dicharachera, como el que se disfruta los miércoles en este bonito pueblo, como es Piedras Blancas, nunca lo hagáis en compañía de vuestra pareja oficial pues aparte de causar un verdadero suplicio, es motivo fácil de discusión, podéis creerme.
Como he dicho anteriormente, yo lo he vivido y dije basta. Por otra parte, muchas mujeres están hechas para ocupar el otro lado de la mesa donde se expone la mercancía, o sea, la parte trasera del toldo. Me cuesta creer que haya otro santo Job que aguante impasible mucho rato viéndolas revolver trapos sin pizca de prisa. Y lo que aún es peor, sin valorar el tiempo que lleva transcurrido desde que dejó en su casa la lavadora funcionando.
Porque esa es otra, soy yo quien viene pagando los recibos mensuales de la energía consumida. Y, en lo sucesivo, con la enorme subida de la luz que nos vienen anunciando...
José Antonio Gutiérrez González
Piedras Blancas
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