Bicimuertes

14 de Agosto del 2018 - jose luis peira (Oviedo)

Cada tanto conviene expresar opinión sobre algún aspecto para contrarrestar o equilibrar las que otros aportan y que no medre un pensamiento único. La muerte de dos ciclistas más en una carretera patria me impulsa, al fin, algo que vengo rumiando hace tiempo.

Como ciclista empedernido y conductor profesional pongo sobre la mesa algunas consideraciones, motivadas, a partes iguales, por la rabia de saber de algunos muertos, desguazados en las cunetas, y la indignación que me provocan las manifestaciones de quienes concluyen que la culpa, en estos casos, es del débil, por existir. Con motivo del suceso me asomé, sin participar, a uno de los muchos foros de debate que masticaban la noticia. Mi pasmo creció exponencialmente al comprobar que para un buen porcentaje de ciudadanos se podría decir algo así como "se lo tenían merecido" o "ellos se lo buscaron" o "es que hay muchos y van como locos".

En esta misma sección han aparecido, a veces, personas que manifiestan una aversión cerval hacia los ciclistas a quienes atribuyen, ahí es nada, el monopolio de la falta de urbanidad, el gamberrismo y hasta la chulería. Incluso LA NUEVA ESPAÑA se hizo eco, amplificándola, de una carta muy graciosa que trataba a los ciclistas en ese tono.

A mi entender prevalecen dos factores en la abrumadora mayoría de los accidentes que, de tan asumidos, a todos parece pasarles por alto. Y son dos factores muy españoles, tanto como el botijo, las entradas de sol y sombra o aparcar en doble fila, que son el alcohol y la falta de respeto.

Así es; sobre lo primero no sería preciso añadir nada, baste recordar como botón de muestra a todo un expresidente, ese que a su decir tiene súper poderes para desfacer cualquier entuerto, diciendo aquello de "quién es usted para decirme a mí lo que debo o no debo beber", mientras los allí presentes hacían la ola y le reían la gracia. Es lo que hay: en varios de los últimos atropellos en la carretera que han destrozado familias completas ha estado bien presente la borrachera, o alteraciones por sucedáneos o sustancias más o menos turbadoras. Porque, al parecer, todo español tiene derecho a ir pedo, sin embargo, muchos opinan que un ciclista es una cosa que estorba.

No voy a hacer apología de la ley seca, ni hablar, yo soy el primero en defender con el ejemplo que en las bodas hay que aflojarse la corbata y bailar la conga. Lo que quiero señalar es que nunca falta quien dé un paso al frente para defender eso del derecho al vino, el gin-tonic o lo que se tercie.

Pero es la segunda mirada la que verdaderamente es grave, ya que el alcohol, los porros, o las pastillas, o el trasnochar no son más que un comburente catalizador para segar vidas. Me intriga que quienes odian a la bici atribuyan a los ciclistas el patrimonio exclusivo de la falta de respeto. ¿Acaso, en esta España, hay algún colectivo que pueda presumir de ese respeto, de esa urbanidad tan valiosa y considerada en otras naciones?

He pedaleado durante décadas por varios países y más de un continente, hay pocas cosas que me irriten más que un tonto en bici por la acera usando a los peatones como conos. O a una familia unida y feliz, con sus cascos y coderas, prevenidos por si tienen a bien romperle el tendón rotuliano a alguno. Pero ello no es más que una señal, otra más, de con quienes nos jugamos los cuartos; yo, al menos, vivo en el país de las mierdas de perro en la calle, en el que se tiran escombros al campo, en el que se aparca sobre la acera para ir al bar, en el que tantos arrojan el reciclaje a la basura común, el de las subvenciones y los dineros en negro... por eso considero que debe de haber algo que no alcanzo a comprender en esto de la antipatía a la bici. O sí, pero me falta arte para explicar mi teoría en tan reducido espacio.

Sí me atrevo a añadir unas puntualizaciones. El ciclista es un elemento muy frágil de la vía pública, tanto que un gato o una manzana pueden dañarlo, no digamos un coche. La falta de respeto tradicional y el menosprecio a la bicicleta, jaleado en no pocas ocasiones por los mismos medios, genera en mentes con problemas de conexión neuronal una identificación con el enemigo. El 120% de los ciclistas me suscribirán si afirmo que un desplazamiento cualquiera conlleva incontables faltas de respeto, algunas de ellas muy peligrosas. Es más, me atrevo a asegurar que algunos ejercen una suerte de guerra ideológica contra las dos ruedas, algo así como si al ciclista le considerasen un hippie antisistema a quien conviene laminar.

El último conductor que ha matado ciclistas tiene dieciocho años. Es un drogata trasnochado, estoy seguro de que en su limitada consciencia no estaba la voluntad de matar a dos tipos. Pero habría que valorar que ha crecido en un contexto con escaso valor al respeto y un acusado menosprecio al ciclista. En su insuficiente desarrollo intelectual van esas improntas. De ahí a cambiar de carril cuando vienen de frente unos ciclistas hay escaso trecho.

Para quienes esgrimen que un grupo pedaleando ocupa mucha calzada y se juegan el atropello tengo otro argumento: un tractor agrícola tiene el volumen de un pequeño pelotón, y camina a una velocidad parecida, o menor. ¿Alguien puede decirme cuántos tractores han sido alcanzados de noche o de día, de madrugada o tras la siesta por un turismo?

Va a servir de poco mi pataleta. Pero ya estoy harto.

José Luis Peira

Oviedo

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