¡Viva la gente!
Hola: soy el gitanito Antón, el de la canción de Peret, al que la gente creía muerto, pero en realidad estaba de parranda. Cuando llegué a casa a desayunar, el sábado 28 de julio, me puse a leer LA NUEVA ESPAÑA y me sorprendió, muy gratamente, en la sección Cartas de los Lectores, una firmada por Alejandro Prieto Orviz, titulada "Sin filtros discriminatorios".
Quería agradecerle la deferencia que muestra todos los días por la mañana, dejando aparcadas las recomendaciones dictadas en la "guía básica del prejuicio racial", saludando, condescendientemente, a un integrante de mi misma etnia, no sintiéndose, en absoluto, superior por tener la piel más pálida que él. Ya lo decía aquel grupo musical del siglo pasado, que se llamaba “Viva La Gente”, que también salían de paseo por la mañana y con la ídem se encontraban, y al cartero, al lechero y al policía saludaban, porque todos somos iguales y, al final, la pregunta que debemos hacernos es ¿de qué color es la piel de Dios?
Por eso, D. Alejandro, le reitero las gracias, por saludar a mi congénere con cortesía sin fijarse tanto en la morenez de su piel, cuanto en los valores que se ocultan bajo ella, máxime, teniendo en cuenta que nuestra tonalidad es producto de una "casualidad biológica", como usted, sabiamente, apunta, aunque esto no lo haya entendido muy bien: por ejemplo, en mi caso, todos mis antepasados son gitanos y yo, por tanto, también; este resultado lo encuentro más necesario que casual, pero no sé.
Muchos calés piensan que los payos son racistas. A esos les digo que tomen nota de su tempranera y generosa actitud deseando los buenos días (no me cansaré nunca de destacar tanta amabilidad), a un vecino educado y sonriente, aunque sea gitano.
¡Ay señores, que penita!
Nacho Alonso Gómez
Gijón
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