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¿Mejor película popular?

20 de Agosto del 2018 - Javier Suárez Piedralba (Piedrasblancas, Castrillón)

Uno acaba de enterarse de que se planea crear una nueva categoría para los Oscar. Algo así como "Mejor Película popular". La razón no es la consideración del gusto del público por parte de la Academia, sino el intento de atraer más miradas y respaldo para la gala de los reputados premios de cine estadounidense.

El porqué de dicha innovación ya resulta perverso, pero lo que podría significar me hace reflexionar sobre las consecuencias y el alcance de las mismas. Ello me lleva a sacar a colación lo ya establecido brillantemente por José Jiménez, catedrático de Estética y Teoría de las Artes: los materiales, soportes y temas del arte en ningún caso pueden fijarse previamente desde instancias externas a la propia práctica artística.

Es un hecho que los materiales y soportes se encuentran interiorizados en la cultura de masas, y que esto produce un nuevo sujeto como público más activo. Pero no debe entenderse el apoyo colectivo como indudable calidad (en todo caso sería relativa), pues, al margen de la experiencia de cada cual, se estaría atendiendo a factores cuantitativos y no cualitativos; aspectos ajenos a la propia obra.

¿Qué hay de malo en la existencia de un Oscar de "voto popular"? ¿Acaso no es un mérito gustar a muchos o a muchísimos? En términos pragmáticos, económicos, desde luego que es meritorio. En términos artísticos también, sólo por el hecho de ser objeto de experiencia de muchos, de muchísimos. Sin embargo, en principio, una obra no puede ser buena porque gusta a casi todos, sino porque se dice que tiene unas cualidades reseñables en sus apartados. Es decir, gusta porque es buena y no es buena porque gusta.

Imagínense la toma de consideración de la valoración popular, mayoritaria, del cubismo, el cual no entendemos o no queremos entender. O piensen por un momento que la asistencia al cine se traduce como la obvia satisfacción de uno mismo con la película que ve. Estaríamos negando la experiencia estética de las minorías, sus gustos, en el primer caso; y seríamos apriorísticos al atender a cuestiones irrelevantes de la obra en sí, en el segundo caso. Esto es lo que podría significar el establecimiento de esta nueva categoría en los Oscar: ausencia de criterio y negación de la experiencia.

El conocimiento en el arte es sensorial, a posteriori, y no se colma con la mera asistencia, la mera predisposición a sentir, sino con la buena o mala sensación vivida: en el momento o tras su experiencia (re-flexión). Traducir la virtud o las virtudes de la belleza como lo conveniente y no como lo "sublime", no resulta respetuoso con el arte. Se estaría afirmando que el que opina distinto es un ignorante porque el criterio de belleza es un elemento dependiente de la intersubjetividad (y no de cualquier intersubjetividad, sino de la intersubjetividad mayoritaria). Y aunque es cierto que hay cánones de belleza, que prima una opinión colectiva, que hay una valoración general que parece dictar sentencia mediante un consejo de sabios o de gentes "comunes" que concuerdan, nadie está libre de equivocarse, de "fracasar como espectador". Por eso el aquí firmante tiende a pensar que el gusto es una verdad a medias: incompleta por las lagunas de la persona que saborea el arte.

Decimos, entonces, que la estética es conocimiento sensible, experiencia. Si nuestro conocimiento es experiencial, el gusto es perfeccionable. Es decir, a mayor experiencia, mayor capacidad de gusto: capacidad para apreciar las frecuencias imperceptibles de sus virtudes, mayor exigencia para con lo fácilmente desvelado... De nada sirven las papilas gustativas si siempre se les da a probar el mismo sabor. Y de nada sirve tener papilas gustativas si lo que saboreamos viene precedido por el juicio del gusto de otro que establece contra nuestras sensaciones si se trata de un buen o un mal sabor. "¡Qué rica está la gula!", dirá uno. "¡Hay que comer angula!", dirá el otro.

Recuerden que "criterio" es "juicio", así como "krités" es "juez" y "krineín" es "crítica". El criterio, el juicio, es subjetivo, personal, racional y/o emocional, mejor o peor argumentado, más o menos profundo y detallado, pero único de cada cual, de cada saber, de cada sabor.

"Sabor" y "saber" provienen de "sapere". No es casual. Hay una estrecha relación entre el gusto y el conocimiento; a más conocimiento, mejor gusto. Luego, si el gusto es sapiencial y el juicio es subjetivo en tanto que vivencial (aun con las objetividades esgrimidas o a esgrimir), no hay un gusto mayor en la suspensión de juicio, en la suspensión de "kritérion" por la mera intersubjetividad. Lo que hay es la construcción de un gran relato, no de unos criterios, de unos juicios. Y en el arte, los premios, las notas y los debates no hacen más que construir relatos si no amplían nuestra experiencia o nuestra predisposición a experimentar.

Ya lo decía Baudelaire: [la crítica] “debe aportar un punto de vista exclusivo, pero un punto de vista exclusivo que abra al máximo los horizontes”.

Javier Suárez Piedralba

Piedras Blancas, Castrillón

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