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Todos fascistas, machistas y terroristas

27 de Agosto del 2018 - jose luis peira (Oviedo)

Todos. Sépanlo. Se ha puesto de moda que en cuanto asoma la cabeza la discrepancia los ciudadanos, según segmentos sociales, según adscripción, colocan un sellador a modo de pasta rápida para tapar la boca del oponente. Ahora cualquiera, usted, yo, la vecina del quinto o el conserje de la Caja de Ahorros podemos convertirnos en fascistas o terroristas con un chasquido de dedos, ¡zas!

Claro que todo necesita un contexto. Convengamos que en esta sociedad de hoy se acepta que un terrorista, un fascista o un machista, por usar los términos más al uso, es lo peor que se puede ser. Yo estoy casi de acuerdo, aunque en mi escala es peor aún ser tonto del haba, y de estos, por alguna razón que debe de tener fundamento en el proceso evolutivo, hay bastantes.

Pongamos uno de los últimos casos. Rufián, ese señor que dice cosas. A mí, la verdad, hasta me cae simpático, me parece un jabalí dentro de una tienda cursi poniendo puntos sobre las íes, sobre las emes y hasta sobre las uves dobles. Pero entiendo que tampoco está llamado a desenredar la Teoría de Cuerdas o certificar al fin que la propensión a la obesidad tiene causas definitivamente congénitas o acaso genéticas. Un suponer.

Pues este ínclito representante popular, con motivo de un debate abierto sobre si la mujer del César debe ser o parecerlo, se ha posicionado a favor de la señora, con todo su derecho, faltaría más. Lo que me trae es que para rematar y cerrar el debate llama machistas a quienes con él discrepan.

Según este pensar, o lo que sea, una mujer cualquiera, que mate a seis personas y se les coma los higadillos delante del recreo de una guardería no puede ser acusada de nada porque es de machistas. Pero yo viviría tranquilo si el citado fuera un caso aislado, raro, inusual. Pues no. Es la tendencia. Ahora le llamas la atención a unas chicas porque fuman en el autobús y eres un machista. Pones en duda que una manifestación sea oportuna y eres un terrorista pro iraní. Te preguntas en voz alta si desembarcar a seiscientos inmigrantes o refugiados con cincuenta y tres mil voluntarios con toallas y psicólogos para los psicólogos esperando en puerto es solución, con todo el derecho del mundo a equivocarte y ya eres un fascista. Esos vocablos, y algún otro no tan exitoso como animalista, estalinista o golpista, se han convertido en la "kryptonita" que desactiva cualquier punto de vista diferente al que se quiere imponer. Porque... ¿Qué necesidad hay de escuchar a semejante aberración humana? Preveo que, como en el lejano Oeste, quien desenfunde primero ganará: "eres un fascista", dirán. "No. Yo te llamé antes machista, así que gano".

Luego, como en todo, están las sumas. No me digan a mí que es lo mismo golpista, que machista fascista. Dónde va a parar. Esa sinergia de maldades no tiene parangón. Ni fin. Claro, que de ahí al barroquismo hay un paso corto, como las mentes que lo esgrimen, y si no se pone cuidado, uno puede acabar siendo un golpista, machista, estalinista, fascista, pacifista, animalista y, además, venezolano de la eta cubana. Que no hay nada peor, excepto el frío siberiano del Polo Norte en agosto y en Xagó, que ya es mala baba.

Lo mejor de todo, en este tiempo en el que la mediocridad es un valor en alza, es que muchos apenas usan la cáscara, o sea, el vocablo, sin saber exactamente de qué hablan. Con este rollo del separatismo catalán, por ejemplo, he visto incontables veces llamar fascistas a unos y otros, entre unos y otros. Yo pongo en duda que en la mayoría de los casos quien lo pronuncia o tuitea sepa ni por asomo lo que es eso. Así las cosas, el efecto a medio plazo es pernicioso pues las palabras, que definen en efecto algo deleznable, pierden su sentido y se convierten en ventanas cerradas. Un fascista, un machista, un terrorista no acaba siendo más que el que está en contra de lo que a mí me sale del higo, es un señor mayor, una niñata o hasta un venezolano. Es, en definitiva, mi oposición, mi discrepancia, ni siquiera mi némesis, es apenas aquello que me molesta, porque el umbral de la frustración, en esta era de la recompensa inmediata, es tan bajo que preocupa. Aunque sólo a algunos.

José Luis Peira

Oviedo

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