Trato indignante a los animales
He cumplido 34 años. Parece mentira cómo pasa el tiempo. Recuerdo, señor alcalde de Oviedo, cómo con 20 escribí una carta en este mismo espacio dirigida a usted.
Era una carta bonita, de agradecimiento, de reconocimiento; una carta en la que intentaba expresar el gran cambio que estaba experimentando Oviedo.
Calles estrechas, mala iluminación, malolientes contenedores, excesivos abrazos y pocas actuaciones estaban dando paso a un concepto nuevo de ciudad. Una ciudad que renacía culta, limpia, elegante, social y de efusividad justa, sí, pero de máxima eficacia en la gestión.
No sabe la tristeza que me causa que hoy tenga que emplear un tono completamente diferente con usted, que por una vez no pueda defenderle como acostumbro cuando en la peluquería, el taxi o en la cafetería de turno cualquier individuo profiera críticas que van de lo absurdo a lo desagradable pasando por un alarde de analfabetismo cultural y una pésima educación, y tenga que callarme. Por una vez, señor Gabino, estoy enfadada con usted. Y mucho. Le explico:
Una ciudad moderna, de la talla y proyección internacional que muy justamente avala a Oviedo, no puede permitirse comportamientos bárbaros ni retrógrados, indignantes para una sociedad moderna del siglo XXI.
El maltrato a los animales, ya sea por acción o por omisión, es un síntoma de atraso que no podemos ni debemos permitirnos.
La reciente ordenanza municipal que impide alimentar –cuidar, en definitiva– a los animales abandonados, es una mancha que perturba su buen expediente en cuanto edil, un suspenso en toda regla y una vergüenza para todas las personas que respetamos, amamos y aprendemos de los animales.
No es una cuestión opinable, es un derecho cuasi universal. Por citar una de tantas, Adaga, la asociación de amigos de los gatos, a la cual me siento muy vinculada, dispone de folios y folios de índole jurídica que amparan desde diferentes normativas esta reivindicación que hoy pongo sobre la mesa.
Palomas aparte (por cierto, ¿por qué ya no se usa el palomar del parque de San Francisco?) serán cientos los gatos que, acostumbrados a ser alimentados cada día, mueran irremediablemente, no sin antes sufrir la tortura del hambre y los espasmos del abandono.
Alguien dijo que Dios creó los gatos para que el ser humano pudiese tener el placer de acariciar una pantera. Panteras que eliminan plagas de ratones y que destacan tanto por su belleza como por su limpieza y adaptación al medio urbano.
Le ruego –todo ciudadano/a con un mínimo de sensibilidad se lo ruega– que recapacite. No se deje influir por cuatro marujas que no toleran la presencia de un «tupper» con croquetitas en forma de atún.
Sea flexible, vaya más allá, tenga compasión; sea, por favor, un poquito más animal.
Mayca G. Collado, Oviedo
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