Morir por la dignidad de un pueblo
El drama de Cuba no tiene nombre ni parangón. Una nación entera triturada y rota por la crueldad de unos ególatras, pandilla de crueles asesinos, continúa año tras año, ante la complicidad de medio mundo que mira hacia otro lado, sumida en la miseria y el terror.
La muerte reciente del opositor pacífico cubano Orlando Zapata es como una ¿inútil? llamada de atención al mundo y sus gobernantes sobre la infinita tragedia que azota a la patria de Martí.
Más de ochenta días en huelga de hambre en protesta de los malos tratos que recibía en el presidio acabaron con la vida de este héroe de la libertad y el decoro. Su nombre quedará grabado con letras de oro en el largo martirilogio cubano. Fueron sus verdugos tan crueles con Zapata, negro, fontanero y joven, que durante más de quince días le privaron del agua con que se sustentaba. Tanta maldad no cabe en corazones humanos.
Orlando Zapata Tamayo, desde la gloria imperecedera de los mártires de la libertad y el honor, ruega a Dios por tantos compañeros tuyos que agonizan en las prisiones de la tiranía. Cuando se muere en brazos de la patria agradecida, la muerte es Gloria, comienza al fin con el morir la vida.
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