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"Trending stupid"

30 de Agosto del 2018 - jose luis peira (Oviedo)

Me llega un video circulante de esos que pasan de mano en mano. Se trata de un programa de televisión en España, un concurso. Dos chicos jóvenes se enfrentan en atriles a una secuencia de pistas que les han de conducir a la respuesta. A la segunda pista, son diez, ya está claro para mí que la respuesta es Guerra Civil española, la del 36. Pero bueno, convengamos que con la tercera sería suficiente. Las pistas no es que sean claras, es que da hasta vergüenza. Pues ellos nada. Pero nada de nada. Como si les estuvieran preguntando por la densidad de la atmósfera interior de Saturno.

Hay una parte del público que se ríe abiertamente de ellos mientras las pistas se suceden, 5ª, 6ª... y no, no es que lo tengan en la punta de la lengua, los angelitos, es que no tienen ni remota idea. Finalmente, uno de ellos, con la última pista se la juega y va y acierta. A lo que voy. Por la pinta, estos pájaros, seguros de sí como para ir a un concurso de televisión con ese bagaje de conocimientos, al día en cuanto a la moda de imagen con su barba recortadita en pico y todo lo humanamente superficial, deben de saberse todas las pijadinas del “aifon 30”, o qué temporada va de “Inocencias arriesgantes”.

Soy un firme convencido de que la mediocridad es un valor al alza. Antes, hace un par de décadas, la ignorancia daba como complejo, no era ejemplar, el personal aquilataba sus limitaciones. Aunque no se hicieran esfuerzos por mejorar, que ya tiene miga, al menos había un pudor, una modestia, cierta honestidad en comprender límites. Parece que hoy es motivo de alarde o, al menos, no se considera un baldón de manera que, como los individuos del concurso, cualquiera puede inscribirse en un programa de televisión en donde, si queda en entredicho su capacidad intelectual, no será más que motivo de risotadas y montones de “likes” y más amigos en “istagrams”.

Antes, para describir a este tipo de necios, yo narraba un incidente personal que me sucedió en un Museo del mundo romano. Contemplábamos un sarcófago de mármol, primorosamente tallado y, entretenidos en la descripción e historia del panel, se nos metieron por medio tres parejas, jajá, jojó... treintañeros ellos, rompiendo el recogimiento de la sala, maltratando a la pieza, que, por cierto, ya tenía varias colillas dentro de anteriores memos, y se hicieron unas cuantas fotos estúpidas, sin preguntarse por nada que no fuera su rutinario cachondeo. No les interesaba nada de lo que allí había. Está bien, me parece perfecto, nada que objetar, pero... ¿por qué no estaban en una terraza tomando vermús y hablando de... bueno, de lo que hable esa gente, en lugar de estar allí, perdiendo el tiempo y molestando? ¿A qué soportar una cola, pagar una entrada...? Ahora ya acumulo varios millones de ejemplos cotidianos que representan y describen esta infección.

No creo que Ángeles Caso me reclame derechos si la calco letra por letra: "Siempre he creído que los ignorantes lo eran a su pesar y sentía por ellos compasión. Ahora pienso que la ignorancia es un estado del alma. Una condición mayoritaria... que está haciéndose con el poder y la visibilidad social, orgullosa de su zafiedad y de la manera atroz de narcotizar el cerebro. No quiero un país con este batiburrillo de superficialidad y ordinariez mental...". Punto por punto suscribo todo.

Reconozco que me irritan estas cosas de un modo superlativo, y quizás debiera rebajar la emotividad. Repudio a ese tipo de personajes, contentos y conformes con su cortedad, transitando por la vida encantados de conocerse, pero más aún desprecio a los partidos políticos que con sus responsabilidades han traído la formación de los españoles hasta este punto miserable en el que una persona formada no es más que un elemento discordante. En el que los argumentos, los datos, el conocimiento, han quedado en una aparatosa y arcaica vestimenta, un disfraz de la abuela con olor a naftalina.

También, agrego, esto de la estulticia no es patrimonio de la juventud, ni mucho menos. La fanfarronería de la idiotez ha traspasado todo límite de edad. Como dice un amigo; ni siquiera son malos. Sólo son imbéciles, no dan para más.

Una derivada de las muchas reflexiones que me provocan estas cosas es calcular hasta qué punto la sociedad está capacitada para soportar esto. Medito sobre cuándo será el punto de ruptura; el burro soporta la carga, mas no la sobrecarga, que dijo Cervantes. Por ello a veces me pregunto, es una reflexión volandera, si todo el mundo debería tener derecho a decidir. Por qué, me interrogo, personajes así o similares, o aún peores, pueden disponer sobre mi pensión, mi sanidad o la universidad de mis hijos. Y me estremece pensar que, en esta progresión geométrica de la tontuna, la minoría, los raros, los marginales, los ciudadanos de segunda, no terminarán por ser los listos.

Pobre mundo.

José Luis Peira

Oviedo

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